Las sequías y el riesgo de desertificación son amenazas muy reales. Se estima que cerca de la mitad de la tierra firme del planeta es zona árida. Es decir, donde las lluvias son escasas y la falta de agua es patente. Naciones Unidas estima que para 2050 las sequías afectarán a más de tres cuartas partes de la población mundial si no actuamos. Lo contamos muchas veces en este blog: son muchos los millones de personas (más de 2.000) los que sufren ya hoy del llamado estrés hídrico que, además del problema acuciante de la falta de hidratación, las muertes infantiles por enfermedades asociadas con la higiene y la falta de oportunidades para las mujeres que buscan y acarrean bidones para el abastecimiento básico, también están los campos, los bosques, las especies animales que mantienen vivos y sanos a los ecosistemas.
El Sahara, por ejemplo. Allí, el nivel de desertificación es muy alto comparado con otras zonas del mundo. No le anda a la zaga el Desierto de Gobi, el que se extiende a mayor rapidez de todo el mundo: más de 6.600 km2 al año se convierten en desierto en esta zona. En total, se estima que sólo en África se han perdido más de 650.000 km2 de suelo cultivable en los últimos cincuenta años a causa de la desertificación, provocando a su vez la migración de millones de habitantes y la pérdida de especies animales y vegetales.
España se seca
Pero, aunque podamos pensar que estamos aún lejos de este problema, en Europa, y casi a la puerta de nuestra casa, también tenemos riesgo de sufrir de desertificación debido al cambio climático y el calentamiento global que estamos sufriendo desde hace ya algunas décadas. Más aún, según un estudio de EAPN (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social) España es el país de Europa con un mayor riesgo de desertificación -hasta el 75% del territorio lo está, incluyendo las Islas Canarias, Andalucía, Extremadura y gran parte de las dos Castillas-.
MAPA DE LA ARIDEZ DE ESPAÑA (Fuente: Ministerio de Medio Ambiente)
A pesar de las últimas lluvias, la situación de los embalses en España sigue siendo preocupante. La media del agua embalsada se encuentra alrededor de la mitad de la capacidad total (unos 26.726 hm3), y por supuesto no de forma ‘equitativa’: mientras las regiones del norte acumulan agua y mantienen sus niveles en zona segura, las del sur (Andalucía y Murcia sobre todo) sufren ya de restricciones y vislumbran un futuro próximo poco halagüeño en este sentido.
El clima semiárido, los suelos pobres (con tendencia a la erosión) y los incendios forestales recurrentes, que degradan aún más el suelo, se unen a la crisis del campo. El abandono de las tierras de cultivo, bien por la propia sequía o por su escasa rentabilidad, es otro de los grandes agentes acelerantes de la desertificación en España en las zonas del interior. Mientras en las costas, la sobreexplotación y sobreconstrucción reducen las zonas verdes a la mínima expresión agravando, también, el problema.
Según La Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), consideramos desertificación a la “degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas”. Así, aunque una situación natural inherente a algunas zonas del planeta, la mano del hombre tiene mucho que ver en el aumento de la desertificación actualmente por la sobreexplotación de las tierras, la contaminación y la mala gestión agrícola. Pero también, puede tenerla para frenarla mediante la rehabilitación y recuperación de tierras degradadas.
Trabajemos para concienciar y para actuar, porque sin agua nada es posible.