El Día Internacional contra el Cambio Climático es uno más de esos avisos que nos ponemos a nivel global para acordarnos de las cosas importantes, y en este caso para tratar de concienciarnos sobre los peligros del deshielo, el calentamiento global o la destrucción de las especies. Es un problema muy serio que nos afecta a todos los seres vivos, en muchos ámbitos de nuestra vida: desde la contaminación a la escasez de alimentos, pasando por problemas con la radiación solar o fenómenos meteorológicos extremos que causan caos y destrucción.
El cambio climático también ha alterado el ciclo natural del agua, con lo que cada vez sufrimos más tormentas y lluvias torrenciales que arrasan los cultivos, y al mismo tiempo más periodos de sequía que deriva en desertificación de los terrenos, desembocando todo ello en hambre y depresión económica. Y lo peor es que, precisamente los países más pobres, los que menos gases de efecto invernadero emiten, son los que más están sufriendo el impacto de la crisis climática.
Es cierto que el mundo está cada vez más concienciado con la necesidad de frenar el cambio climático, y no faltan medidas para reducir las emisiones de CO2, apostar por las energías renovables o impulsar la economía circular. Sin embargo, aún faltan medidas realistas y prácticas para hacer frente al problema del agua. No es una mera anécdota: en muchos países en vías de desarrollo millones de personas no disponen de acceso a agua potable, y tal vez la solución es más sencilla de lo que pudiéramos pensar, sin contáramos, claro, con la inversión necesaria: simplemente, siendo capaces de almacenar el agua de lluvia para su consumo.
Por ejemplo, en el África subsahariana, aunque hay grandes diferencias entre regiones, existen muchos países con alta frecuencia de lluvias. De hecho, según datos de la FAO, las regiones del oeste y el centro de Europa y las del África Subsahariana reciben más o menos el mismo promedio anual de precipitaciones: unos 800.000 litros/Km2 al año. Este organismo calcula que solo un 39% del agua de lluvia se destina en realidad al consumo humano, el resto se evapora a través de bosques, zonas naturales y cultivos. Pero igualmente, el 39% de la lluvia que cae en este subcontinente sería suficiente para abastecer a su población si se contara con las infraestructuras adecuadas.
Hagamos un cálculo: el 39% de 800.000 litros/Km2 son 312.000 litros/Km2 al año, y la densidad de población en esta parte del continente africano es de 32 habitantes/Km2. Si se estima que cada persona necesita 5 litros diarios de agua para su consumo e higiene, estaríamos hablando de que solo haría falta almacenar 58.400 litros/Km2 al año para abastecer a esas 32 personas. Eso quiere decir que se necesitarían seis tanques de 10.000 litros por cada Km2, con sus correspondientes canalizaciones. Y construir todas esas infraestructuras para toda el África Subsahariana costaría 265.000 millones de euros; una gran cifra, pero que representa menos de la mitad de lo que los ciudadanos de todo el mundo gastamos el año pasado en la campaña del Black Friday (606.000 millones de euros). Claramente, estamos enfocando mal las prioridades del planeta.
Este cálculo es solo una estimación, la densidad de población en determinadas ciudades africanas está muy por encima de la media, pero sirve para reflexionar sobre un problema que realmente podría resolverse con dinero. Y mientras no gastamos millones de euros en comprar cosas superfluas, todavía hay 700 millones de personas en todo el mundo que no tienen algo tan básico para la vida como el acceso a agua potable.
En AUARA, gracias a la colaboración de nuestros partners y entidades locales, hemos logrado instalar hasta la fecha un total de 18 proyectos de tanques y canalizaciones para recoger el agua de lluvia, facilitando así el acceso a agua potable a más de 8.000 personas. Pero en total, entre todos nuestros 87 proyectos de infraestructuras de tanques, pozos y bombas de agua hemos cambiado la vida a más de 50.000 personas de 17 países en vías de desarrollo.
Imaginemos lo que podríamos conseguir si desde todos los países del mundo desarrollado nos pusiéramos manos a la obra para dar una solución real a este grave problema: solo con aprovechar los recursos con los que contamos en el presente podríamos darle la vuelta al futuro.