La inteligencia artificial no tiene sed. No bebe, no suda, no siente calor. Pero, irónicamente, consume agua a niveles que pocos imaginan.
Cada vez que le pides a una IA que te escriba un correo, que te recomiende un destino de vacaciones o que resuma un libro, hay un coste oculto. No la ves, no la oyes, pero el agua está ahí, evaporándose en los sistemas de refrigeración de los servidores o gastándose en la producción de los chips que la hacen posible.
La IA nos promete un futuro más eficiente, más rápido y más inteligente. Pero, ¿y si su desarrollo está poniendo en riesgo el recurso más valioso que tenemos?
La paradoja de la IA: solución y problema a la vez
Es innegable que la inteligencia artificial puede ayudarnos a resolver la crisis del agua: optimizando redes de distribución, reduciendo desperdicios o prediciendo sequías con modelos climáticos avanzados. Pero mientras trabaja en estas soluciones, también contribuye al problema.
Porque el agua no solo se bebe o se usa en los hogares. También se esconde en los procesos industriales; y en la minería de materiales raros como el silicio o el galio, esenciales para fabricar los microchips que dan vida a la IA. Se consume en la producción de los servidores que la alojan y, sobre todo, se necesita en cantidades masivas para enfriar los centros de datos donde esos sistemas funcionan sin descanso.
¿Cuánta agua se necesita para hacer una consulta a una IA?
Un dato sorprendente: según un estudio de la Universidad de Colorado Riverside y la Universidad de Texas Arlington, cada vez que generas una respuesta de 20 a 50 palabras con un modelo de IA como ChatGPT, se consumen unos 500 ml de agua. Es decir, un diálogo de unos minutos con una IA puede equivaler a una botella de agua.
Si comparamos, una simple búsqueda en Google requiere 0,5 ml de agua. Es decir, usar IA para obtener una respuesta puede consumir mil veces más agua que una búsqueda tradicional.
Y esto es solo el principio. Se estima que el consumo de energía de los centros de datos que desarrollan y alojan inteligencia artificial se duplicará en 2026. Para 2027, las grandes tecnológicas consumirán entre 4.200 y 6.600 millones de litros de agua solo para gestionar y enfriar sus infraestructuras. Más datos: entrenar una IA al nivel computacional de una mente humana durante un año puede llegar a costar 126.000 litros de agua, ¿nos parece poco? Pensemos que cada año que pasa la energía computacional necesaria para entrenar IA se duplica.
Y todo ello sin tener en cuenta el incremento de las temperaturas previsto por causa del cambio climático.
¿Y si la IA termina compitiendo por el agua con las personas?
Nadie quiere una industria que ‘robe’ agua de los cultivos o de los hogares. Pero la realidad es que algunas empresas tecnológicas ya están instalando sus centros de datos en regiones donde el agua es un recurso escaso. Lugares donde la factura medioambiental es invisible porque las voces que podrían denunciarlo apenas se escuchan.
Por ejemplo, en países de África subsahariana, donde el agua potable sigue siendo un lujo para millones de personas, se han multiplicado las inversiones en infraestructuras tecnológicas que necesitan miles de litros de agua para operar. ¿Es ético que la IA beba más agua que las propias personas que habitan esos territorios?
Innovación, sí. Pero no a cualquier precio.
Ya hemos cruzado muchos límites en el consumo de recursos naturales, y el agua es uno de los más críticos. Seguimos lejos de cumplir el ODS 6 (Agua y Saneamiento para todos), y cada gota que se desvía hacia el desarrollo tecnológico es una gota que podría cambiar una vida.
Pero hay esperanza. Microsoft España acaba de anunciar que sus centros de datos no consumirán agua en España. Podemos encontrar un equilibrio. La solución no está en detener el avance de la inteligencia artificial, si no en hacerla más eficiente y sostenible. Algunas empresas ya están explorando métodos de refrigeración con agua reciclada o sistemas de enfriamiento por aire que reducen la dependencia hídrica. Otras están invirtiendo en infraestructuras que devuelvan más agua de la que consumen.
Como consumidores, también tenemos poder: usar la IA con consciencia, priorizar las búsquedas esenciales y exigir a las grandes tecnológicas un compromiso real con la sostenibilidad. La innovación solo tiene sentido si mejora la vida de las personas sin comprometer el futuro del planeta.
Si la inteligencia artificial es tan avanzada, es momento de que también aprenda a cuidar el agua.