Junto con el agua, el aire es el elemento más abundante en nuestro planeta o, más bien, alrededor de nuestro planeta. Nitrógeno, oxígeno, argón, dióxido de carbono y algunos otros en menor medida, como el vapor de agua (nuestras queridas nubes) que suben sobre nuestras cabezas hasta los casi mil kilómetros haciéndose más delgados y livianos a medida que ascienden.
La parte que respiramos, lo que llamamos ‘aire’, es lo que se encuentra a menos de 30 km de altura, si seguimos subiendo no podremos hacerlo sin una máscara de oxígeno porque nos ahogaríamos. La troposfera es la capa más cercana al suelo y donde, literalmente, vivimos, mide unos 10 km de media, pero su espesor difiere: 9 km de altura en los polos y unos 18 km en la zona ecuatorial. Y en la estratosfera, entre ambas, es donde se encuentra uno de esos gases tristemente famosos: el ozono.
Se trata de la capa que nos amenaza (por nuestra propia culpa, todo hay que decirlo) con derretir los polos, calentar la tierra y quemarnos la piel. No es ella, sino más bien su falta. A causa de la acción humana esta capa, ya de por sí fina, ha ido adelgazando e incluso rompiéndose en algunos sitios por las emisiones de ciertos productos químicos, como los Clorofluorocarburos (CFC) y la contaminación, impidiendo así que realice su tarea de filtrar los rayos solares ultravioletas para que no nos lleguen con tanta fuerza. Fue descubierta en 1913 por los físicos franceses Fabry y Buisson, y desde entonces la hemos estado observando hasta que, en 1985 se descubrió el famoso ‘agujero’.
Por ella, por protegerla y protegernos, el 16 de septiembre se celebra, desde hace 35 años y gracias al Protocolo de Montreal (un acuerdo medioambiental sin precedentes, por su éxito de concienciación y, por tanto, de efectividad), el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono.
Es cierto que a día de hoy recogemos el resultado de todos esos esfuerzos globales que desde entonces se realizan por dejar de utilizar esos productos y la capa de ozono se va recuperando. Sin embargo, no hay que olvidarlo ni pensar que está todo hecho. Todavía continúa habiendo un gran agujero sobre la Antártida alimentado por las continuas y crecientes emisiones de gases de efecto invernadero, por lo que este día continúa teniendo actualidad. El Polo Norte será el primer afectado de la desaparición definitiva del ozono, pero también se prevé una mayor exposición a los rayos UV en muchas otras partes del mundo en un plazo no tan largo.
Y viceversa
Ya hemos dicho que la cantidad de ozono de la estratosfera se ve afectada por las emisiones de CFC, pero también depende de la temperatura y los movimientos meteorológicos. Así, a menos ozono, más calor, y a más calor en la superficie terrestre más movimientos en la circulación en capas altas y, por tanto, menos ozono.
Y no solo eso, se ha comprobado que la radiación ultravioleta es determinante en el incremento de la contaminación, porque transforma algunos compuestos orgánicos en tóxicos, lo que hace disminuir la calidad del aire y, por tanto, de la vida de humanos, animales y plantas.
Parece que las emisiones han sido controladas en su mayoría, pero no así los gases de efecto invernadero, contra los que seguimos luchando. El aumento de concentraciones de CO2 en la atmósfera lleva a otros efectos como el calentamiento terrestre y eventos meteorológicos extremos, que impactan en las cosechas, lo que deriva en hambrunas, pobreza o grandes migraciones, así como el aumento del nivel del mar y del peligro para todos los ecosistemas.
La capa de ozono depende de nosotros, y nosotros dependemos de ella, preservémosla y no creamos que es infinita.