Pretendemos que el futuro de la humanidad sea limpio y brillante, que nuestros hijos cuiden mejor del planeta, que se relacionen con el medio ambiente de manera más sana, que disfruten de igualdad de oportunidades en cualquiera de las circunstancias que les toquen vivir. Hablamos de estas nuevas generaciones, esos niños que hoy tendrían que estar aprendiendo, formándose como personas y jugando.
Y aunque muchos lo están haciendo, otros se ven abocados a la vergonzosa realidad del trabajo infantil, una lacra para nuestras sociedades y para nuestro futuro como humanidad.
Según la Organización Mundial del Trabajo, alrededor de 218 millones de niños de entre 5 y 17 años tiene un ‘empleo’ (en ningún caso esto significa que esté regulado). De ellos, más de la mitad (152 millones) pertenece a la franja de menos de 11 años y es víctima de trabajo infantil en el campo (una gran mayoría), en fábricas, en labores domésticas, trabajos forzados o incluso como niños soldados; y hasta 73 millones realizan trabajos peligrosos que ponen en riesgo su salud, su seguridad o su desarrollo moral. Por ellos, y para reclamar que los niños puedan ser niños en todos los lugares del mundo, se celebra desde 2002 el Día Mundial contra el Trabajo Infantil cada 12 de junio.
Una de estas formas de trabajo infantil es, como apuntábamos, la del trabajo doméstico. Tareas como atender a los (más) pequeños o enfermos, buscar comida y sustento, o acarrear agua, cada día, desde kilómetros de distancia. Una actividad que no solo influye en su bienestar general (presión psicológica y física), sino también en su salud (esfuerzo físico, exposición al sol y a posibles ataques de animales…) y su futuro (quien trabaja hoy, mañana no tendrá formación ni más salidas laborales que las más precarias).
Y esto no es algo que se limite solo a los países en desarrollo, sino que también sigue habiendo discriminación, especialmente entre niños procedentes de minorías étnicas o inmigrantes, en regiones del primer mundo como Europa (si bien es cierto que en un porcentaje muchísimo menor, pero aun así, significativo).
También en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, concretamente el ODS 8 Trabajo Decente y Crecimiento Económico, en el punto 8.7 se insta a
‘Adoptar medidas inmediatas y eficaces para erradicar el trabajo forzoso, poner fin a las formas contemporáneas de esclavitud y la trata de personas y asegurar la prohibición y eliminación de las peores formas de trabajo infantil, incluidos el reclutamiento y la utilización de niños soldados, y, de aquí a 2025, poner fin al trabajo infantil en todas sus formas’.
¿Lo conseguiremos para esa fecha? Ahora la situación del COVID-19 lo va a poner un poco más difícil, ya que a causa de la pandemia se han agravado aún más todas estas prácticas, y ya se está viendo el enorme impacto no solo en las vidas de las personas, sino también en su entorno laboral y, desafortunadamente, los niños son los primeros en sufrirlo. Algunos de nuestros socios ya nos están alertando de que la falta de medidas de protección y la incidencia de la enfermedad en los más mayores empieza a hacer que muchos más pequeños se vean abocados a trabajar para ayudar o directamente mantener a sus familias debido a la crisis provocada por la enfermedad.
En AUARA seguimos trabajando por ellos y para ellos, con proyectos en centros educativos y comunidades desfavorecidas, para garantizar que no tienen que dejar la escuela para ir a por agua. Para tratar de que estos niños puedan dedicar su tiempo a estudiar, a relacionarse con el mundo y sus semejantes, a disfrutar de su infancia y no a perderla con tareas que deberían ser totalmente innecesarias a su edad. Para que los niños puedan seguir siendo niños.