Después de unos años 80 y 90 en los que cada día morían decenas de personas por el VIH, hoy, gracias a una mayor concienciación y un menor estigma, y a los tratamientos antirretrovirales que hacen que una gran parte de los enfermos pueda convivir de forma crónica con este síndrome, el sida ya no suele ser noticia en ‘nuestro’ mundo. Sin embargo, sí que sigue siendo uno de los mayores problemas para la salud pública mundial. Según la OMS hay 37,7 millones de personas que viven con él actualmente, y la mayoría se encuentra en zonas desfavorecidas: dos tercios de ellos están en África y otra buena parte en países en desarrollo como Camboya.
La familia Savy lo sabe bien. Como muchas otras de su comunidad (Roka, dentro de la provincia de Battambang en el Noroeste de Camboya), son víctimas de esta enfermedad debido a un brote provocado por el curandero del pueblo en 2014, quien usaba las mismas agujas y otro material quirúrgico no desinfectado para tratar a distintos pacientes. Entonces, más de 270 habitantes del poblado fueron diagnosticados con el virus, entre ellos Pich Savy, madre de 5 hijos: Ravi, Comlien, Ratana, Meta y Che, de 24, 22, 17, 10 y 4 años, respectivamente.
Camboya sigue siendo hoy en día uno de los países con el índice de desarrollo humano más bajo, ocupando la plaza 143 sobre 188 según Naciones Unidas. Esto se traduce en una población que mayoritariamente basa su subsistencia en el sector terciario (un 60% de la población trabaja en la agricultura) y que, en muchos casos, vive por debajo de la pobreza extrema o no tiene acceso a agua potable y a instalaciones sanitarias. En concreto, la zona de Battambang es además una de las más castigadas del país por las minas antipersona, con lo que su población sufre enfermedades como el cólera o parásitos (especialmente dañinos en los heridos por explosión) que esa falta de infraestructuras de agua y saneamiento no hacen más que agravar.
En la pobre comunidad de Roka la enfermedad supuso un mazazo. No solo por sus deficientes condiciones sanitarias locales y la falta de recursos imprescindibles para la higiene, como la mera agua potable, que hacen que las personas afectadas sean especialmente vulnerables y tengan un mayor riesgo de contraer otras enfermedades, sino también por el rechazo social y la discriminación de su entorno. Las comunidades cercanas ven a Roka como un pueblo con mal karma, y creen que han sido castigados por sus malas acciones del pasado, así que han dejado de comprar el arroz que cultivan porque lo consideran ‘contaminado’, lo que ha hecho caer aún más los niveles de pobreza.
Uno de nuestros proyectos para llevar agua allí donde se necesita ha tenido lugar, precisamente, en esta comunidad, donde conocimos a Pich y a toda su familia. Y es que el agua es clave no sólo para que los ya enfermos tengan la menor exposición posible a enfermedades -clave en un caso de sida, sin ir más lejos-, sino también para reducir el riesgo de que más personas contraigan otras afecciones.
Como parte de nuestra acción allí trabajamos en dos fases. Una primera, con la construcción de letrinas para 26 familias que tienen algún miembro infectado de VIH consiguiendo mejorar la higiene de las familias y así minimizar el riesgo de contracción de enfermedades. Y la segunda, con la construcción de 4 tanques de agua en el centro de salud de la comunidad de Roka para proveer de agua potable a los habitantes de la zona, sobre todo a mujeres y niños, de la que la familia Savy es beneficiaria directa.
No conforme con la situación, Pich sacó fuerza y lo mejor de sí de esta desgracia y, desde su modesta posición, se propuso ayudar en lo que pudiera. Poco después de conocer su diagnóstico decidió empezar a trabajar en ‘Buddhist for Development’, una ONG local que se dedica al apoyo de esta comunidad. Y aunque con el salario que recibe de esta ONG la familia no es capaz de mantener a todos sus hijos y los mayores se han tenido que mudar a la ciudad de Siem Reap para encontrar un trabajo con el que contribuir a la economía familiar, Pich está contenta con su decisión y día a día trabaja por ayudar a las personas que como ella, han sufrido esta gran tragedia, a la vez que intenta ayudar a su familia en todo lo que puede.
Sin duda Pich es un caso de superación, y un modelo a seguir para toda la comunidad, pero aún queda mucho camino por recorrer. Es gracias a gente como ella que la comunidad se empieza a recuperar del gran revés que ha supuesto esta epidemia. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento.