La inteligencia artificial (IA) es esa tecnología revolucionaria que ha irrumpido, en apenas unos pocos años, en las empresas, las administraciones públicas, ¡y en nuestras casas! ¿Es útil?, ¿está cambiando el mundo? Lo cierto es que actualmente nos encontramos en un periodo en el que todo es incierto, entre la era pre-digital y próxima Edad, que se espera totalmente cibernética. La mayoría de las personas que hoy vivimos hemos conocido ambas épocas, y todavía falta un asentamiento y consolidación sobre qué será útil, lícito y permisible, y qué no.
El principal problema que se achaca a las tecnologías, y especialmente a la IA, es el mal uso que empresas y también gobiernos pueden hacer de ella para una vigilancia (o acoso) a los ciudadanos. Como la investigación digital para conceder un trabajo o la identificación facial para perseguir a una determinada etnia, por ejemplo. Porque hay riesgos, sí, y hasta se la acusa de violar los derechos humanos por su poder para coartar la libertad de expresión o de poner en entredicho el derecho a la privacidad.
Para el Consejo Europeo, “asegurar que los derechos humanos se vean reforzados y no minados por la inteligencia artificial es uno de los factores clave que definirá el mundo en el que vivimos”. Precisamente, la Unión Europea ha tomado ya cartas en el asunto y ha presentado recientemente un reglamento para regular su uso. En España, la Asociación Española de la Economía Digital (Adigital) ya prepara un certificado de transparencia algorítmica para las empresas, y en otros países hay iniciativas similares con la idea, sobre todo, de proteger a los ciudadanos.
Pero, a pesar de esos riesgos, si se utiliza con criterios éticos, el potencial para hacer el bien de esta tecnología es también enorme, y tiene una gran aplicación positiva en el ámbito del desarrollo sostenible. Por ejemplo, permite analizar y prever patrones migratorios y preparar el bienestar de los refugiados; puede ser usada para vigilar atentados contra las mujeres o los niños, o simples delitos urbanos (gracias al reconocimiento facial, por ejemplo).
Sin ir más lejos, es una inestimable ayuda para la propia gestión de esos derechos humanos: solo en relación a ellos, Naciones Unidas ha emitido alrededor de 180.000 observaciones y recomendaciones que gobiernos, ONG, empresas y ciudadanos de a pie deberían seguir y cumplir. Es fácil imaginar que para analizar, gestionar, aplicar y monitorizar cada una de ellas haría falta un equipo entero dedicado durante semanas. Algo que hoy día la inteligencia artificial puede hacer por nosotros, consiguiendo que el análisis y la planificación de medidas positivas para todos sea mucho más sencillo.
En la práctica, de hecho, son muchas las iniciativas que se valen de la IA para mejorar la situación social de muchas personas o para realizar predicciones sobre el clima, por ejemplo, que podrían salvar vidas. Estos son solo algunos ejemplos:
Como último apunte, no olvidemos que también estas inteligencias (artificiales y cada vez más humanizadas) están también en debate por su propia naturaleza. ¿Tienen también derechos?, ¿deberían tenerlos? Y, si no ellas, ¿los humanos modificados tecnológicamente? Tal vez parezca aún ciencia ficción, pero no es del todo lejano. Lo que está claro es que los derechos humanos deberán prevalecer por encima de todo, pero desde su promulgación en 1948 han pasado muchas cosas (tecnológicas y no tecnológicas), y tal vez deban ser revisados de acuerdo al nuevo escenario en que nos encontramos, por el bien de la humanidad.