Millones de niños y jóvenes disfrutan ya en toda Europa de las vacaciones de verano, más merecidas para unos que para otros pero necesarias para todos, con el objetivo de desconectar del curso escolar, disfrutar del tiempo de ocio con familia y amigos, y coger fuerzas para el siguiente. La duración de este período estival varía en los diferentes países entre las 6 y las 13 semanas, y suelen ser más cortas en aquellos donde el año académico se planifica con periodos vacacionales más frecuentes.
Si ampliamos el objetivo de nuestra mirada hacia el resto del mundo, vemos que tanto el comienzo como el final del año escolar tienen distintas fechas. Aunque septiembre es el mes elegido por la mayoría de los países para arrancar el curso, hay hasta 34 territorios que optan por el mes de enero como pistoletazo de salida, según el Instituto de Estadística de la Unesco. Es el caso del África meridional casi en su totalidad, mientras que la parte del continente más septentrional se asemeja al calendario europeo, aunque empezando en muchos casos desde el mes de julio. En este continente las cifras y procesos de escolarización son muy diferentes con respecto a Europa.
De hecho y según el mismo organismo, el África subsahariana es la región del mundo que presenta los índices de escolarización más bajos: solo una quinta parte de los niños de entre 6 y 11 años van al colegio. Entre los factores que influyen en ello, además de los conflictos armados, está la desigualdad de género: 15 millones de niñas en todo el mundo no acudirán nunca a la escuela en la etapa de educación primaria -9 millones de ellas en esta región africana-, frente a los 10 millones en el caso de los menores varones. Y si hablamos de países con conflictos armados, las chicas tienen 2,5 veces más probabilidades de no ir al colegio que los niños.
La educación como motor de vida
Estamos hablando de un derecho humano fundamental recogido, entre otros documentos, en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con la obligación y el compromiso de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad en todos los lugares del mundo. Se trata de un bien básico que va mucho más allá de saber leer o escribir, pues es decisivo para el desarrollo de la persona y, por consiguiente, de las sociedades.
En los países menos desarrollados, la educación es el elemento que permite mejorar las condiciones de vida de niños y adultos y de romper el círculo de pobreza que viven millones de ellos. Además, en las escuelas hay agua y letrinas, dos servicios fundamentales para evitar enfermedades. Y, volviendo al tema de la desigualdad de género, el hecho de escolarizar a una niña supone retrasar su boda y el número de hijos que tendrá, además de garantizar una mejor alimentación y cuidado de los mismos y un aumento de su supervivencia.
El cierre de las escuelas por la pandemia no ha hecho sino acrecentar el déficit en educación que ya sufría el continente africano y sus consecuencias: un aumento de aspectos como el empeoramiento de la salud física y mental de sus ciudadanos, la desnutrición, los embarazos no deseados o los matrimonios forzosos. Pese a los avances que se vienen produciendo en este sentido, aún queda mucho por hacer para cumplir con el derecho a la educación.