Antes de nada, gracias por permitirnos poder hacerle esta entrevista.
Tengo entendido que lleva más de 30 años como misionero, ¿nos puede contar un poco sobre su trayectoria, cuándo comenzó, qué países ha visitado…?
R.- Empecé como misionero en 1972, al acabar la carrera de magisterio. Me destinaron a Nicaragua, a un colegio Técnico en la ciudad de León. Luego trabajé en otro colegio técnico en la ciudad de Bluefields. Estando en León, en 1980 empecé a tener contacto con Manos Unidas. Pedimos un camión para poder transportar los productos del instituto y nos lo concedió. Luego trabajé en Cuba 10 años, del 1995 al 2005, ayudando en labores de catequesis y pastoral juvenil. También en esta ocasión pedimos ayuda a MM.UU. y nos la concedió para montar unos talleres de costura y conseguir ordenadores para enseñar a los jóvenes cubanos. Por último del 2005 al 2015 estuve en Haití, en la isla Tortuga ayudando en labores de escolarización y proyectos sociales, canalización de agua, cisternas familiares y adecentamiento de salas de ecografía y dentista para el hospital de Haute Palmistes, realizados con la colaboración de MM.UU.
¿De los países que ha podido visitar y en los que ha estado trabajando cuál diría que ha sido el que presentaba unas condiciones más duras y complicadas para las personas que allí vivían? ¿Cuáles eran esas condiciones?
R.- Cada país tiene sus características propias que lo hacen diferente. En Nicaragua me tocó vivir toda la revolución sandinista y después el avance de la contrarrevolución. En el centro donde trabajaba en León hubo muchos muchachos muertos en la guerra. Fue tremendo. En Cuba lo más difícil es la carencia de bienes de consumo que te dificultan sumamente la vida y la falta de libertad para poder desenvolverte, ya que todo está fuertemente controlado por el estado. En Haití el problema más grande es la pobreza generalizada, que impide a la gente una vida con las mínimas condiciones básicas.
¿Cómo es el día a día de un misionero?
R.- Pues eso depende, pero en términos generales muy agitado. Recuerdo mucho la epidemia de cólera que hubo en la isla de la Tortuga, en el año 2013. Teníamos una pequeña camioneta 4 x 4 y estuvimos muchos días haciendo viajes a los puertos para subir equipamientos médicos, al pequeño hospital de la isla, para contrarrestar la epidemia y varias veces nos tocó trasladar enfermos que iban en muy malas condiciones al hospital. Cuando estaba de responsable de las escuelas de la isla, teníamos 6 escuelas de primaria, tenía que trabajar mucho animando a los maestros, supervisando, tratando de conseguir medios para el estudio de los niños y comida, porque cerca del 50% de nuestros alumnos estaban subalimentados y había que darles algo a media mañana.
Después de 30 años dedicados a la misión, ¿cómo se siente uno con el trabajo que realiza para ayudar a los que más lo necesitan?
R.- En general muy contento de la gran confianza que ha tenido conmigo el Señor, de haber podido poner mi persona al servicio de los pobres y ver cómo, de alguna manera, muchos, han logrado mejorar sus condiciones de vida. Eso es muy gratificante. También tienes muchos momentos de frustración, por la impotencia que se siente, ante cosas que ves que se podían evitar con pocos recursos que, te das cuenta, que se están desperdiciando, o desviando para otros fines que no son los previstos.
¿Cuál ha sido la situación más dura a la que se ha tenido que enfrentar? ¿Y la más gratificante?
R.- Hay muchas pero por mencionar una le comento que siendo responsable de la catequesis en Santiago de Cuba yo tenía que confeccionar catecismos para los diferentes grados y como eso no lo puedes hacer en una imprenta oficial, tuve que “resolver”, como dicen los cubanos, recurrir a “la bolsa negra” para conseguir el papel, convencer a un señor de una imprenta que me lo hiciera fuera de horario, trasladar las cosas al obispado por la noche, para que la policía no pudiera encontrar cosas comprometidas en nuestra casa. La más gratificante, sin duda es el haber logrado hacer, con Manos Unidas y otras ONGS, la conducción de agua para cinco poblados de la punta Este de la isla de la Tortuga, Haití, y ver el rostro y la alegría de la gente el día que llegó el agua, por primera vez, hasta su poblado.
Hablemos ahora de Haití y en concreto de Isla Tortuga y la misión que se ha llevado a cabo allí, ¿cuál era la situación cuando llegó a la región?
R.-En Haití, en especial en la isla Tortuga, las condiciones son muy duras. Es una isla relativamente pequeña, 40 kms. de largo por 7 de ancho en la parte más ancha y tiene unos 40.000 habitantes. No hay servicios básicos de luz y agua. Hay un pequeño hospital edificado por la iglesia Católica, que sólo ofrece servicios de consulta externa. Hay muy poca tierra cultivable, no hay carreteras asfaltadas o cementadas (no llega a 1km. en toda la isla de 40 kms. de larga), casi no hay trabajo y los jóvenes, sobre todo varones, tienden a emigrar hacia EE.UU., Canadá, México o Rep. Dominicana, para poder mandar algo de dinero a la familia, pero, en los últimos años, muchos han sido devueltos de los sitios donde lograron ir, porque viajaron ilegales, y las condiciones de vida en la isla han empeorado mucho. Debido a que la gente sale en barcos de madera hacia el Norte, sumamente cargados (como las pateras del estrecho) muchos mueren en el intento y dejan en la isla mujer con hijos que quedan sin nada y, por tanto, totalmente empobrecidos. En Haití hay un 54% de analfabetismo. En la Tortuga, sólo hay un instituto de secundaria (le llaman liceo) y unas cinco escuelas de primaria, por lo que la educación, en términos generales, está en manos de las diferentes iglesias. El gobierno está intentando que la educación primaria llegue a todos pero no lo logra, en gran parte, debido a la corrupción. Los inspectores desvían fondos, libros, se inventan nombres falsos de maestros, subvencionan a escuelas de amigos y dejan otra gran cantidad sin ayuda, con lo que los niños no pueden acceder a la enseñanza gratuita. Mi misión, como Hermano de La Salle, en un principio era solamente educativa, coordinando las seis escuelas que dirigen los HH. en la isla, tratando de conseguir medios y recursos para los niños y para poder pagar a los maestros (un maestro gana unos €s 50 - 60 –cincuenta o sesenta euros- al mes y a veces no lográbamos pagarlos porque los padres no pueden dar la colaboración que se les pedía por los niños , entre 30 y 40 €s al año. Eso te hace estar en continua búsqueda de recursos, haciendo proyectos para lograrlos. Luego, cuando vieron que con los proyectos se podía conseguir ayudas, empezaron a pedir mi colaboración para hacerlos para el hospital, construcción de cisternas familiares, potabilización y conducción del agua, y en esto, Manos Unidas, nos ha ayudado muchísimo.
Parte de estos proyectos que se han realizado en esta región han consistido en llevar agua potable a diferentes poblados. ¿Cómo de importante es el agua limpia para estas comunidades?
R. Nosotros, que vemos el agua normalmente en nuestras casas, no le damos importancia, pero el agua es la vida y la gente la aprecia mucho más que la luz u otra cosa. Durante la epidemia de cólera de 2013, (hubo unos 500.000 infectados en todo Haiti) la gente se dio mucha más cuenta de la importancia vital del agua limpia y tratada, ya que, se atribuye la epidemia, a la contaminación, irresponsable, de las aguas de un rio del que la gente cogía el agua para beber y cocinar. En esos momentos, en ningún rincón de la isla de la Tortuga, había agua clorada. Normalmente, la gente recoge agua de lluvia durante los meses de octubre a enero –temporada lluviosa- y luego, cuando se les termina, va a buscarla a las fuentes. Generalmente van las niñas, y en grupo para defenderse de posibles abusadores sexuales, teniendo que andar 1 hora antes de llegar a la misma y, luego, regresar cargadas hasta su casa. En los meses de verano, que se secan algunas fuentes, y la situación del agua se vuelve crítica, hay quienes van a buscarla, en barco, al otro lado del canal de La Tortue, a la ciudad de San Luis o de Port de Paix.
¿Cómo se consiguen llevar a cabo estos proyectos?
R. Es un proceso complejo. Manos Unidas es una organización muy seria, analiza muy bien los proyectos que se le mandan, generalmente los visita antes de aprobarlos y, cuando verifica la utilidad social del mismo, y su factibilidad técnica, comienzan los trámites para su aprobación, cosa que se logra tras pasar varios filtros en las oficinas centrales de la calle Barquillo 38. En el caso de la conducción del agua a cinco poblados y su potabilización, fue mucho más complejo porque teníamos que elevar el agua 150 metros, hasta uno de los pueblos y nosotros no teníamos ese tipo de experiencia. Para ello contamos con la inestimable ayuda de una ONG italiana, que se dedica a este tipo de proyectos. Ellos nos visitaron, hicieron los cálculos de paneles, nos recomendaron el tipo de bomba y nos asesoraron en la colocación y protección del tubo. Pero al final, tuvimos que pedir ayuda a otras ONGS porque los costes excedían las posibilidades de MM.UU. Al final, después de un año y medio de búsqueda de medios, pudimos comenzarlo y terminarlo bien.
¿Cómo recibe la población local este tipo de proyectos que se llevan a cabo en su comunidad?
R. En la Tortuga hay Hermanos de La Salle desde 1974. Llegaron de Canadá y pronto empezaron a hacer obras de beneficio social y no solamente escuelas. Cuando la gente ve que un proyecto está liderado por un político local, generalmente, desconfía porque ha visto comenzar muchas cosas, pero no terminarlas. Yo soy testigo de varias de ellas, como la mejora de un puerto y la cementación de un tramo de carretera que nunca se terminaron. Pero cuando el proyecto está liderado por un religioso, alguien ligado a una iglesia, saben que la cosa va en serio y que eso se termina y por eso la comunidad se entusiasma y responde de una manera participativa con el proyecto. La gente, en general, está sumamente agradecida porque sabe que si no fuera por este tipo de ayuda, nunca se harían estas cosas.
¿Cuál es la situación actual de la región tras la llegada del agua potable? ¿Qué necesidades siguen existiendo?
R. El agua potable llegó a las localidades de Point Mason, Carenage, Aux Figuiers, Tet de l’île, Aux Plaines y Coquillages, en total unas 5000 personas distribuidas entre todos los pueblecitos. Los habitantes de Tet de L’île y Aux Plaines tardaban unas dos horas en llegar hasta la fuente con sus vasijas vacías para recoger agua, ahora no tardan ni diez minutos en llegar al punto de reparto. La población está contentísima con ello. Después de la llegada del agua potable, la salud, en especial la de los niños, ha mejorado sensiblemente, porque han disminuido notablemente las enfermedades diarreicas. La gente ve con más optimismo el futuro y la organización que lideró el proyecto “ODLEP” (organización para el desarrollo de Aux Plaines) ha visto que ha sido capaz de liderar un buen proyecto para la región y está tratando de liderar otros. Las principales necesidades que siguen existiendo son la falta de infraestructuras, como carreteras, escuelas, centros de salud, puertos, medios de transporte, barcos seguros y cómodos, camionetas, que permitan a las personas movilizarse dentro y fuera de la isla para mejorar su vida. La falta de energía eléctrica les afecta considerablemente porque, varios de estos pueblos, son de pescadores y no pueden almacenar ni congelar su producción y se ven obligados a venderlo en el mismo día, para no perderla.
Nos puede contar alguna historia personal que haya vivido en Isla Tortuga, de alguna familia o alguna persona en concreto y que refleje el cambio que le ha supuesto en su día a día y en su vida tener acceso a agua potable.
R.- Endina es, ahora, una adolescente de 15 años, que está a punto de terminar la escuela primaria y vive con su abuela ciega. La conocí hace seis años, un día que fueron a pedir a nuestra casa y le pregunté qué hacía y por qué no estudiaba. Entonces tenía ocho años. Me dijo que se tenía que levantar temprano (a las 6 de la mañana) para ir a buscar agua a la fuente, a la que llegaba en una media hora, para las necesidades de la casa. Que sus padres la habían dejado con su abuela y no se ocupaban de ella y que la abuela vivía de la limosna que recogía en el mercado o caminando por el pueblo (no hay ningún tipo de seguridad social), y no tenía dinero para poder enviarla a la escuela. Le pregunté si quería estudiar y me dijo que sí y le dije a la abuela que había que organizarse de otra manera para que la niña pudiera ir a la escuela. Comenzó a estudiar (en Haití las clases comienzan a las 7,30 a.m. y terminan a las 12 m.) y tenía que bajar por agua por la tarde. Los sábados por la mañana, temprano, bajaba a la fuente y hacía tres o cuatro viajes de agua para poder lavarse la ropa. (Las señoras lavan la ropa a mano.) Desde que pusimos el agua en el pueblo todo ese trajín de viajes se ha terminado, y, aunque sigue lavando la ropa a mano, no tiene que andar cargando agua desde la fuente y tiene más tiempo para estudiar y dedicar a su abuela.
¿Cuál será su próximo destino o proyecto?
R.- Pues el que la Congregación me asigne. Ahora estoy en España pero he seguido ayudando a elaborar proyectos de la isla, para Manos Unidas y otras organizaciones. Han aprobado uno para construir cisternas familiares de agua, que permiten a las familias recoger el agua de lluvia y, así, tienen para varios meses; la construcción de una sala de operaciones para el hospital de Haute Palmistes; la construcción de 90 letrinas en los pueblos a los que ya llevamos el agua, y otra conducción de agua, aún más grande, que va a beneficiar a unas 15 000 personas de otros pueblos de la isla.
En su opinión, ¿qué se puede hacer o deben hacer países como España para ayudar y cooperar a paliar la situación que, como la de los habitantes de Isla Tortuga, viven millones de personas en el mundo? ¿Queda mucho por hacer y por luchar?
R.- Desgraciadamente queda mucho por hacer. Todavía hay más de 800 millones mal alimentados, habiendo comida de sobra en el mundo. El lema de MM. Unidas para la campaña de este año es COMPARTE LO QUE IMPORTA, y eso es lo que hay que hacer, compartir. Está claro que, si los países ricos pusieran un mínimo de voluntad política, se podría terminar con el flagelo del hambre y estas grandes desigualdades sociales, en el mundo en muy poco tiempo, porque no faltan alimentos, hay para todos. Bastaría con que se construyeran dos o tres aviones de combate menos, dos o tres tanques menos, en cada uno de los grandes países, y ese dinero se dedicara a los países pobres, y la situación cambiaría por completo. Países como España, gastan grandes cantidades de dinero en apoyar programas públicos, de entidades estatales o para estatales, que dilapidan sus dineros en burocracia. Cuando se apoya a la sociedad civil, los grupos organizados en los diferentes lugares, los voluntarios, los misioneros, los resultados son totalmente diferentes. El dinero se aprovecha mucho mejor, llega a su fin y la gente se implica mucho más. Hay que apoyar más la organización civil. Hace menos de un siglo, nosotros, los españoles, éramos un pueblo de emigrantes a cualquier parte de América y otros continentes, en busca de los medios para vivir y alimentar a nuestras familias, lo mismo que hacen ahora otros pueblos, con los que nos negamos a ser solidarios. Por un mínimo de justicia social y distributiva deberíamos hacer que nuestros bienes lleguen, efectivamente, hasta otros pueblos más necesitados.
Fotografía: El misionero Antonio López lleva en misiones más de treinta años, los últimos doce en Haití.