El mundo entero está pendiente de las distintas investigaciones y proyectos que hay actualmente en marcha para conseguir una vacuna viable frente a la COVID-19. Y mientras en Europa las dudas se centran en cuál será el primer país en lograrlo y en cómo se distribuirá entre la población una vez probada y fabricada de forma masiva, en otros lugares del mundo, como en África, tienen otras preocupaciones mucho más básicas. Para ellos la pandemia supone una enfermedad más a la que enfrentarse sin medios ni herramientas, y a pesar de todo, tal vez ni siquiera sea la más importante.
Se trata de una población ya de por sí desfavorecida en términos de salud, por las razones obvias de falta de agua (y por tanto de una hidratación y una higiene correctas) y de recursos. En el mundo occidental somos conscientes del problema, pero todavía no se ve a estas poblaciones como una prioridad en la lucha por el control y la contención del virus.
Incluso -afortunadamente un caso aislado- unos investigadores franceses han llegado a sugerir que tal vez la vacuna contra la COVID-19 debería, precisamente, probarse en África, donde no hay mascarillas ni tratamiento ni reanimación. Desde luego esto no sería ni ético ni humano, y así lo ha expresado contundentemente el director de la OMS, el doctor etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus: “África no puede ser y no será un terreno de pruebas para ninguna vacuna", ha afirmado.
Pero sí que necesitan muchas, muchas vacunas y medicamentos para tratar enfermedades que en nuestro mundo desarrollado están, o bien prácticamente erradicadas, o cuentan con tratamientos accesibles, o su incidencia es muy baja, pero que sin embargo en África siguen causando estragos y más miedo que el coronavirus:
Hay muchas más, como la enfermedad de Chagas, la esquistosomiasis o la tripanosomiasis africana (o enfermedad del sueño), entre otras. La falta de diagnóstico o de recursos para tratarlas suele ser el principal problema, ya que casi siempre tienen tratamiento.
La naturaleza nos está mostrando que siempre habrá nuevas cepas, virus o bacterias de los que preocuparse, así que seamos solidarios y colaboremos para tratar de que en todas partes del mundo puedan tener derecho al menos olvidar aquellas que podrían estar erradicadas. Seguir impulsando campañas de información y recogida de fondos internacionales para dotar a estas comunidades de recursos sanitarios es la clave.