A Gloria, originaria de Rumanía, la forzaban sus propios padres a robar teléfonos móviles y a mendigar en las calles de París. Anjali, nacida en Nepal, sirvió en casas desde los 11 años y más tarde fue engañada para unirse a una troupe de circo donde la explotaban y la obligaban a realizar trabajos peligrosos sin apenas compensación. Jacob dejó su casa en su pueblo de Kenya con 13 años bajo la falsa promesa de un trabajo doméstico y la posibilidad de ir a la escuela en Nairobi, pero fue obligado a buscar metal en vertederos y a mendigar, pasando hambre y miseria.
Todos ellos tuvieron suerte y lograron escapar de esa vida gracias a las autoridades o a organizaciones sin ánimo de lucro, pero no siempre sucede así.
Trabajo forzoso, explotación sexual, mendicidad, matrimonio infantil, niños soldados, tráfico de órganos... Desde 2003 Naciones Unidas ha detectado cerca de 250.000 casos de explotación de hombres, mujeres y niños por parte de otros. Una cifra horrible a la que escapan otros muchos que permanecen sufriendo a manos de sus captores sin haber sido detectados. Según la Organización Internacional del Trabajo podría haber hasta 21 millones de personas víctimas de trabajo forzoso en todo el mundo (incluyendo también en este cálculo a las víctimas de explotación sexual) y, aunque no es exactamente lo mismo que la ‘trata de personas’, las cifras reales podrían ir parejas.
El último informe de la UNODC (Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Crimen), de 2018, apunta que cada año se siguen reportando más casos, aunque el número de países que lo hacen permanece estable. Es decir, aumenta el número de víctimas dentro de sus propios países de origen. También ha subido, afortunadamente, el número de condenas a nivel mundial, aunque de manera desigual, ya que muchos países de Asia y África siguen teniendo cifras muy bajas de condenas y continúan detectando ‘oficialmente’ pocas víctimas, aun cuando se producen casos relacionados, por ejemplo, con el matrimonio infantil o los niños soldado, que son difícilmente controlables por parte de la comunidad internacional.
Ya en 2010 la Asamblea General de la ONU adoptó un Plan de Acción Mundial para Combatir el Tráfico de Personas, y con el Día Mundial contra la Trata de Personas, que se celebra cada 30 de julio, se pretende llamar la atención de los gobiernos y de los ciudadanos sobre este grave problema, urgiéndoles a llevar a cabo una mayor vigilancia y la aplicación de la justicia, así como ayudas para las víctimas. También son muchas las organizaciones sin ánimo lucro que investigan, detectan y persiguen estas prácticas, además de acoger y apoyar a las víctimas para lograr una reinserción en la sociedad que no siempre es fácil. Muchas veces ni siquiera reciben el apoyo, las ayudas ni el reconocimiento que merecen.
Este año, con la pandemia mundial, existe el riesgo de que estos agentes rastreadores y detectores encuentren aún más dificultades para realizar su trabajo, por las restricciones de movilidad y la ralentización de la justicia internacional. Desde aquí nuestro reconocimiento a todos los que luchan para identificar, apoyar, aconsejar y buscar justicia para las víctimas.
Cada persona se pertenece a sí misma. Nadie puede comprar ni vender a otro ser humano. No lo permitamos. Nunca, en ningún sitio.