El hogar, ese sitio donde nos sentimos cómodos, protegidos, a salvo. El hogar es nuestra casa y nuestra familia, pero también nuestra ciudad. ¿Y qué sucede cuando te obligan a abandonarlo? En todo el mundo hay alrededor de 100 millones de personas desplazadas de su hogar forzosamente, según acaba de hacer público ACNUR por catástrofes naturales, emergencia humanitaria o guerras. Puede que la cifra no impresione, teniendo en cuenta que ya somos más de 7.700 millones de almas en el planeta y la cifra de refugiados representa en torno al 1,3%. Pero imaginemos lo que podría ser prácticamente toda la población de un país como Alemania (83 millones) o casi dos veces la española (47 millones) en situación itinerante o de acogida en otros países que, a veces, tampoco tienen los recursos necesarios para atenderles.
Puede ser por cuestiones políticas, de derechos fundamentales, de emergencia climática o, como estamos viendo actualmente en el caso de Ucrania, por guerra. Toman la difícil decisión de huir porque quedarse puede acabar con sus vidas o las de sus seres más queridos: se calcula que casi la mitad de esos 80 millones de personas desplazadas por la fuerza son niños y niñas menores de 18 años. Algunos son desplazados internos (de una ciudad a otra), otros solicitan asilo en otro país y, también, hay millones de apátridas a quienes se les ha negado una nacionalidad y el acceso a derechos fundamentales, como la educación, sanidad, empleo y libertad de circulación.
En 2020, Siria era el primer país de origen de las personas refugiadas en el mundo, debido a un conflicto que dura ya más de una década, que se ha cobrado medio millón de vidas y ha obligado a huir del país a 6,7 millones de personas. Le seguían Venezuela (4 millones), Afganistán (2,6 millones), Sudán del Sur (2,2 millones) y Myanmar (1,1 millones). En 2022, la invasión rusa a Ucrania está provocando que se superen todas esas cifras. Desde el inicio del conflicto, a finales de febrero, ACNUR estima que han salido del país más de 7 millones de personas, buena parte hacia Polonia, que se esfuerza por dar refugio a casi la mitad de ellos.
¿Y ahora qué?
Para la comunidad internacional no siempre es fácil dar respuesta a las necesidades de estas personas. Tienen derechos, reconocidos y reclamables según la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y su protocolo de 1967, y merecen como mínimo los mismos estándares de tratamiento que el resto de extranjeros en un país; y en muchos casos, el mismo tratamiento que los nacionales. Es especialmente importante el principio de no devolución, que consiste en que un país de acogida no puede enviar de vuelta a alguien a un sitio donde su vida o su libertad corran peligro, pero también otros derechos como el de un empleo remunerado, vivienda, educación, libertad de religión, etc.
Cada 20 de junio se celebra el Día Mundial del Refugiado para visibilizar y dar voz a quienes sufren por este motivo en todo el mundo. Desde AUARA queremos mandar una vez más nuestro apoyo y ponernos del lado de todas aquellas personas que se han visto obligadas a dejar su hogar, las que han perdido su patria (nunca su identidad); y las que sobreviven con la ayuda de voluntarios en los cientos de campamentos de refugiados por todo el mundo, como en Camboya o en Malaui.
La empatía hacia estas personas es, seguramente, el mejor regalo que podemos hacerles. Ninguno de ellos está desplazado por propia voluntad, y nunca se sabe si tal vez mañana seamos otros los que nos encontremos en la misma situación. Como muy bien expresa ACNUR:
“Sin importar quiénes sean, las personas forzadas a huir merecen un trato digno. Cualquier persona puede buscar protección, no importa quién sea ni en qué crea. Buscar protección es un derecho humano que no está sujeto a negociación”.