Nkeng. 12 años. Gbiti (Camerún). Como muchas niñas en todo África cada mañana, Nkeng se levanta temprano, ayuda a su hermano pequeño a prepararse y salen de casa rumbo a la escuela. Pero para ella hoy no es una mañana más: Hoy termina el curso y le dan las notas. Camina ilusionada porque presiente que este año van a ser muy buenas. Sobre todo en matemáticas, donde el profesor está sorprendido de lo rápido que asimila los conceptos y su nota nunca baja de sobresaliente. No puede quitarse de la cabeza el día que le dijo: “si sigues así podrás estudiar medicina y trabajar como una de esas mujeres de piel clara y bata blanca que vienen todos los años con unas máscaras a pincharos vacunas.” Sin embargo, lo que Nkeng no sabe es que su padre, El Hadj, tiene otros planes para ella. Un primo de su vecino Abdou le ha hecho llegar la nueva de que está interesado en casarse con su hija mayor. Es todo un alivio económico desde que se impuso una limitación del talado de la leña que redujo la principal fuente de ingresos de la familia. La historia de Nkeng se repite a lo largo y ancho de casi todo el continente africano. Un continente que crece demográficamente a un ritmo vertiginoso mientras sus índices de desarrollo humano (IDH) apenas avanzan. Una de las consecuencias de este desigual crecimiento es la institucionalización de los matrimonios infantiles. Se calcula que
el 40% de los matrimonios infantiles celebrados en el mundo para el año 2050 tendrán lugar en África (fuente:
WEF), sobrepasando a Asia como líder de este dudosamente honorable ranking. La prohibición de esta práctica por ley es un elemento necesario pero no soluciona los motivos por los que las familias toman una decisión así. Según fuentes de UNICEF el matrimonio en edad infantil es la mejor salida que ven las familias pobres para proteger a sus hijas. Un ventajoso enlace asegura la manutención que ellos no pueden darle, sin olvidar tampoco que las mujeres casadas gozan de una mayor seguridad frente a ataques y violaciones. Además, consideran que un matrimonio precoz minimiza también las posibilidades de desposar a sus hijas habiendo perdido la castidad. No faltan las historias estremecedoras como
ésta en Malawi en la que las familias pagan a un hombre para alejar los malos espíritus de la sexualidad de sus hijas cuando tienen su primera menstruación.
El método de alejarlos no puede ser más torturador: Las viola. Desde el punto de vista de los países de occidente, resulta obvio que el juicio de las familias africanas con menos recursos es equivocado, que está fundamentado en una falta de formación y en unas creencias espirituales arcaicas. Si hubiesen tenido acceso a educación serían más conscientes de que sus hijas pueden alcanzar la meta de convertirse en médicos, abogadas o profesoras, subiendo con ello a su familia al ascensor social, por el evidente incremento de ingresos en sus familias. No solo eso, permitir a sus hijas continuar con su formación sería también un factor diferencial por conocer los beneficios de tener embarazos más seguros y un crecimiento familiar mejor planificado que, sin lugar a dudas, son un indicador clave de interés para abandonar el ciclo de la pobreza.
Las familias tienen el derecho a saber
que los embarazos a edades tempranas tienen mayor tasa de mortalidad tanto de la madre como del retoño y que, además, les hace más vulnerables de ser infectadas por sus maridos de diversas ETS. Esto conseguirá mejores resultados para que retrasen los acuerdos de enlace que simplemente tomando la decisión gubernamental de prohibirlo sin mayor información y de forma oscura para ellos. No podemos olvidar que algunas de estas ETS tienen un impacto brutal en la zona, especialmente el VIH, ya que 1 de cada 2 personas seropositivas en el
África subsahariana desconoce estar infectado por este virus, con el riesgo de transmisión que esto conlleva. Acelerar, por medio de políticas educativas y de la propia ley, la reducción del matrimonio infantil como práctica habitual en
África es esencial para que se cumplan los objetivos de desarrollo humano que tenemos el deber de perseguir a lo largo y ancho del planeta.
Estos índices no pueden verse como simples números, sino como un prisma generado a través de un marco educativo, social y personal que englobe a la mayoría de las personas. Apoyar el desarrollo para que el tren del progreso esté disponible para todo el que esté dispuesto a cogerlo. ¿Te unes?