Las favelas de Río o el barrio de Dharavi en Bombay son, cada vez más, una atracción turística. Como ellos, son muchos los emplazamientos en todo el mundo donde viven las familias más pobres y defenestradas en esas sociedades, personas que seguramente sobreviven recogiendo basura, mendigando o gracias a la caridad y a organizaciones humanitarias.
Esta curiosidad por ver qué sucede en estos lugares ha dado lugar a un término: ‘turismo de pobreza’, que directamente causa rechazo, no solo por las connotaciones de clasismo y caridad mal entendida. Sin embargo, es importante también valorar que muchas veces son estas mismas zonas las que pueden organizar y fomentar estas ‘visitas turísticas’ como manera de emprendimiento y desarrollo económico (no solo por parte de quien organiza los tours, sino también porque pueden ser una manera de promocionar la artesanía o la creación cultural que, de otro modo, no saldría de estas zonas). En cuanto a países o regiones que se consideran pobres en su conjunto, ese turismo como motor de desarrollo y generador de empleo puede ser muy positivo: naturaleza, gastronomía, espectáculos...
En el lado contrario de la balanza, ya hemos visto en nuestro mundo occidental lo que el turismo masivo puede hacer: globalización, pérdida de la identidad cultural, creación de guetos y destrucción de espacios naturales para dar cabida a hoteles, resorts y actividades no siempre tan sostenibles.
‘Vacaciones solidarias’
Conviene distinguir entre el turismo por el turismo y esos otros ‘visitantes’ que, además, tienen una profunda conciencia social y su objetivo no es tanto ‘observar’ (casi como si de un museo se tratara, por duro que suene esto), sino ayudar. Sucede mucho en el caso de África, un país empobrecido, que no pobre por los grandes recursos naturales que posee mientras una buena parte de su población pasa hambre y privaciones.
Es lo que se ha dado en llamar ‘turismo solidario’, que no por solidario es menos turismo en muchos casos. Porque una cosa son los cooperantes, que pasan meses sobre el terreno con el único objetivo de ayudar, curar, construir o enseñar de forma altruista, y otra bien distinta son las personas que van allí sencillamente para ‘vivir una experiencia’.
Existen ONG que promocionan este tipo de ‘vacaciones solidarias’ como si de una agencia de viajes se tratase. Y no decimos que esté mal: que alguien quiera dedicar su tiempo, por poco que sea, a realizar cualquier labor de voluntariado es siempre positivo, pero muchas veces (casi siempre) son personas que no tienen formación específica, ni conocen la cultura a la que van ni están preparados para sufrir según qué privaciones (ni más ni menos que compartir el modo de vida de los habitantes del lugar), y puede resultar una experiencia más traumática que positiva y a veces hasta entorpecer la tarea de los cooperantes que llevan años trabajando en la zona. Por otro lado, toda labor de concienciación es poca, y conocer es entender y sentir, así que a buen seguro estas personas volverán a casa con un espíritu más solidario y lo difundirán.
Sea como sea, es un tema delicado. La pobreza no es folclore y el turismo solidario no necesita selfies.