Aunque es cierto que cuentan con formas de vida autóctonas que forman parte de su propio ecosistema, un desierto es, literal y literariamente, algo sin vida. Son territorios en general yermos y sin agua, que no permiten la agricultura, apenas la ganadería y difícilmente otras formas de subsistencia económica.
A día de hoy la desertificación es una ‘amenaza’ cada vez mayor que ya afecta, según Naciones Unidas, a más de 250 millones de personas en todo el mundo. Y sigue avanzando: cada año se pierden millones de hectáreas de bosque, por la industrialización, la sobreexplotación y el cambio climático (si hace unos años las sequías eran un problema estacional, hoy la alteración de las estaciones y de los ciclos de lluvias hacen que sea cada vez más grave). A ello se suma un uso cada vez más intensivo de esa agua disponible en el planeta. Un uso que se ha multiplicado por seis en los últimos 100 años y que sigue aumentando a un ritmo constante de un 1% anual por el aumento de la población y el cambio de los patrones de consumo.
Se estima que en una fecha no muy lejana, en 2050, la mitad de la población mundial vivirá en desiertos, y una buena parte de ellos (hasta 1.800 millones de personas) sufrirá una escasez absoluta de agua. Esto provocará (ya se está viendo en algunas zonas) desplazamientos masivos de población, con los consiguientes problemas políticos, sociales y económicos que esto conlleva. Y todo ello sin contar con los problemas sanitarios provocados por la falta de hidratación y alimento suficientes.
Las zonas desérticas son, como puede parecer obvio, aquellas donde el calor es más intenso. Tal vez esta sea una de las razones por las que estas son, precisamente, las áreas más maltratadas económicamente, como África. Allí el problema es grave, igual que en algunas zonas de Asia y de América del sur. Sin embargo, hay otros lugares donde el desierto avanza rápidamente y donde, muy posiblemente, no estemos haciendo lo necesario para evitarlo. Sin ir más lejos, nuestro propio país, España, será según el Water Risk Atlas, uno de los más afectados por las sequías. Hoy en día más de dos terceras partes del territorio español ya se consideran áreas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, y se teme que antes de que acabe el siglo XXI, un 80% de todo el país pueda convertirse en desierto.
Desde AUARA trabajamos desde hace años para paliar, en la medida de nuestras posibilidades, esa falta de agua y el suministro a las comunidades más afectadas por la falta de acceso al agua, como en Chad, uno de los países más afectados -donde solo un tercio de la población tiene acceso a agua potable- y donde mujeres y niñas deben caminar varios kilómetros en busca de esos necesarios suministros -en promedio, el 17% de los hogares de ese país tienen miembros que viajan entre 30 y 60 minutos para obtener este preciado recurso-. Allí, junto con Alboan, nuestro socio en la zona, hemos llevado a cabo la instalación de varios pozos que han mejorado la calidad de vida de esas personas.
El Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía se centra este año 2021 en demostrar que invertir en tierra sana, entendida como una ‘recuperación verde’, es una decisión económica inteligente: más alimento, más empleo y una mejor protección ante los efectos del cambio climático. Más de 100 países ya han acordado, con motivo del Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, que trabajarán para la recuperación de 800 millones de hectáreas (más o menos la superficie de China) en los próximos diez años. Sigamos su estela y trabajemos para curar a esas tierras enfermas y para frenar el avance de este cáncer que es la desertificación.