Ser pobre no es solo no tener qué comer o dónde dormir. Cuando se llega a niveles de pobreza extrema -como los más de 700 millones de personas que viven con menos de 1,90 dólares al día en todo el mundo- el problema es mucho más grave, porque abarca no solo a las necesidades físicas, primordiales y que, como tales, eclipsan el resto, sino también a una falta total y absoluta de acceso a servicios básicos como la salud o la educación, incluso a una red social que suponga un soporte psicológico suficiente. Y se perpetúa con condiciones de trabajo peligrosas, viviendas insalubres, difícil acceso al sistema de justicia o a las decisiones políticas. Y con esas carencias se desvanecen también las oportunidades de mejora en cada minuto y en cada aspecto de la vida. No en vano, el primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es el fin de la pobreza.
La pobreza tiene muchas dimensiones, pero sus principales causas son el desempleo, la exclusión social y la alta vulnerabilidad de determinadas poblaciones ante desastres, enfermedades y otros fenómenos que les impiden ser productivas. Por eso muchas veces no se trata de casos puntuales como el mendigo de al lado de casa, sino de poblaciones, ciudades o hasta países enteros a los que les cuesta romper el círculo vicioso. Así, las zonas de mayor incidencia de este problema son, sobre todo, el África subsahariana y el Asia meridional. Pero prácticamente en todos los países se encuentran personas en riesgo de exclusión por temas de pobreza. Por ejemplo, actualmente hay 30 millones de niños que crecen pobres en los países más ricos del mundo.
Cada 17 de octubre se celebra el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, en recuerdo de las más 100.000 personas que se manifestaron en 1987 en la Plaza del Trocadero de París en favor de los Derechos humanos y la libertad, y en honor a las víctimas de la pobreza, el hambre, la violencia y el miedo. Como siempre en los Días Mundiales, se busca visibilizar y concienciar, porque la situación es frágil y, en muchos casos, desesperada. Eventos como la pandemia mundial de la COVID-19 y sus consecuencias económicas podrían, según datos del Instituto Mundial de Investigaciones de Economía del Desarrollo de la Universidad de las Naciones Unidas, hacer subir los niveles de pobreza en el mundo hasta en 500 millones de personas más, nada menos que un 8% de toda la población mundial.
Y ciertamente, es una labor de los gobiernos y las instituciones mundiales vigilar y regular, cuidar y ofrecer oportunidades que acaben con ella, pero también los individuos, como particulares, podemos aportar, ¡y mucho!, indirectamente. ¿Quieres algunas ideas?
En 30 años (desde que constan registros) la pobreza extrema se ha reducido a menos de la mitad, pero todavía son muchos los millones de personas que siguen sufriéndola. El crecimiento económico generalizado a partir del cambio de siglo ha propiciado su reducción y una mejora en los estándares de vida, pero hay que seguir trabajando, en especial en las zonas de alta incidencia de este problema. Los derechos humanos han de prevalecer por encima de todo. Siempre. Y ese ha de ser el objetivo primordial de las sociedades.