Hay quien dice que las personas no cambian y, según los psicólogos, esta afirmación es bastante acertada, ya que, la genética y el ‘código postal’ en nuestros primeros años marcan de manera indisoluble nuestro carácter, personalidad y forma de ver el mundo. Nuestra esencia.
Y sin embargo a lo largo de nuestra vida experimentamos, crecemos, nos desarrollamos y nos relacionamos con otros, y todo ello imprime, también, carácter. Puede que las personas no cambien, pero sin duda se adaptan a los cambios que suceden a su alrededor. Pensemos en la revolución tecnológica que ha visto explotar nuestra generación y que la ha hecho más ‘social en la distancia’, más inestable en lo laboral, más flexible y menos asustada por el cambio. Nos hemos adaptado.
La evolución es, sin embargo, algo lento, porque en nuestros cerebros y en nuestros cuerpos se encuentra el resultado de millones de años de evolución que, si bien se mueve, no lo hace tan rápido como los tiempos. Sí puede haber detonantes. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, se produjo un punto de inflexión en términos de cambio: demasiadas muertes, destrucción y pobreza posterior como para que nuestros pequeños cuerpos humanos pudieran pasarlo por alto. Salvando las distancias, este 2020 hemos podido sufrir algo parecido con la pandemia, y probablemente estemos dando un pequeño salto evolutivo en estos mismos momentos como respuesta a esa amenaza que no vimos venir, al confinamiento y al miedo.
Usar el cambio para mejorar
Si trasladamos todas estas ideas a la conciencia social y la sostenibilidad, también veremos que el entorno -cambio climático, fenómenos meteorológicos extremos, contaminación, exceso de residuos…- nos están haciendo más conscientes y más respetuosos con el planeta, o al menos eso sucede en los lugares donde la educación fomenta estos valores. Porque es cierto que los más ‘ricos’ parecen tener más conciencia del reciclaje, por ejemplo: consumen más, tiran más y tienen más medios y canales para separar la basura. Mientras que en zonas menos desarrolladas, donde no cuentan con esos recursos y formación, no solo no lo hacen, sino que además reciben gran parte de esa ‘basura occidental’. ¿Veremos entonces una selección natural en la que solo los más resistentes sobrevivan?
Lo que está claro es que el cambio es la mayor constante de este siglo. En AUARA somos muy conscientes de él y, como sabéis, recientemente incluso hemos cambiado nuestro lema para reflejarlo. Porque el cambio no es solo algo que nos sucede, sino algo que podemos provocar con nuestras acciones y decisiones, y que pensamos que es cada vez más necesario. Para nosotros ‘Be the Change’ es un impulso, un incentivo, una llamada a la acción hacia un mundo más humano y sostenible.
Todos, como individuos, tenemos el potencial de cambiar y de cambiar las cosas. Nosotros lo hacemos, en nuestra pequeña parcela, con más de 85,9 millones de litros de agua potable generados en solo cinco años, dando una segunda vida a 330.000 kilos de plástico, impactando en comunidades desfavorecidas y abriéndoles oportunidades para el desarrollo. Si nosotros podemos, ¿por qué tú no? Sólo hay que animarse.