La hermana Edith Castro Salvador nació en Potosí, Bolivia, pero ha dedicado más de la mitad de su vida a la cooperación internacional en África. De sus 20 años en el continente se lleva sobre todo la alegría y la generosidad de su gente: “la mejor lección de vida que guardo en mi corazón”, afirma.
Los proyectos para llevar agua allí donde se necesita a los que, desde AUARA, dedicamos nuestro esfuerzo, son posibles gracias a nuestros socios sobre el terreno y sus contrapartes. En Benín es la Sociedad de Misiones Africanas a través de quien se lleva a las comunidades del país todo el esfuerzo de nuestro partner Fundación Alaine, que se dedica a la educación, la promoción de la mujer y la salud materno infantil, tres áreas directamente relacionadas con el agua. Así lo explica la Hermana Edith, una cooperante misionera que ha visto, en primera persona, cómo el agua cambia y mejora la vida: “Estos proyectos de solidaridad, compromiso, generosidad benefician a toda una comunidad. El agua es un derecho del hombre, y realmente creo que apostando por ella estamos apostando por la calidad de vida”.
De origen boliviano, la Hermana Edith Castro lleva la solidaridad en la sangre. “Nací en Potosí, un lugar donde tenemos muchas costumbres muy bonitas -nos cuenta-. He crecido en un ambiente alegre. La solidaridad y el compartir han marcado mi vida”. Desde 2003 trabaja en África, primero en Tanzania y, desde hace ya casi diez años, en la comunidad de Nikki, en Benín. “Cuando llegué a África no sabía ninguna lengua, salvo el español, y para mi lo primero fue un camino de adaptación, de sencillez, de sentirme en minoría. Poco a poco el pueblo africano ha robado mi corazón, esos niños, esas mujeres, esa gente, me han cautivado”.
Su trabajo como misionera y educadora, muy cerca de niños y mujeres, le permite tener un contacto directo con la gente. “Estar en Nikki es una gran experiencia. He llegado a las zonas más alejadas y he comprobado que la gente que no tiene nada vive con sencillez, alegría y amor. Lo que me llama más la atención es que no hay personas enfermas por estrés. Aquí no tienen nada, pero están contentos con lo que son, te acogen, te reciben, si les puedes echar una mano bien, si no, continúa la vida. He aprendido mucho de ellos, ha sido toda una escuela, un gran aprendizaje”.
Está convencida de que, como seres humanos, debemos recuperar la sencillez de vivir con lo cotidiano. “Yo digo que no tengo derecho a quejarme de nada, nosotros tenemos al menos lo mínimo en casa, ellos no tienen lo mínimo pero viven con alegría. Podría parecer conformismo, pero no creo que tengan interés en quejarse: pueden contarte lo que sufren, pero nunca les falta la sonrisa. Y bailan. Con ellos he aprendido también a bailar, ¡hace aumentar la alegría!”.
El agua en estos lugares, como los proyectos que hemos realizado recientemente desde AUARA, marcan la diferencia. Concretamente, en Nikki hemos promovido la instalación de varios pozos que dan servicio a más de 700 personas en total, gracias a los cuales, por ejemplo, se ha mejorado la salud general, ha mejorado la producción de la manteca de karité y se ha podido crear un huerto para el abastecimiento de la comunidad. La Hermana Edith ha podido ver en directo sus beneficios sobre la comunidad. “Creo que los proyectos de agua son los mejores que se están haciendo en estos lugares. Las mujeres, por ejemplo, tenían que caminar dos o tres horas para buscarla, y además la que encontraban no da vida, sino que da muerte: provoca enfermedades permanentes. Ahora, con el agua tan cerca, pueden tener un pequeño lugar donde cultivar, y también cambian de hábitos, se aumenta la concienciación de que mejorar la alimentación y la higiene es fundamental. En general, se mejora la calidad de vida de las personas que, de otro modo, están olvidadas por el mundo”.