En algunos lugares remotos del mundo, allí dónde las cámaras rara vez llegan, nacen personas con una vida condicionada por las decisiones de otras personas que viven a miles de kilómetros. Decisiones con un impacto en ocasiones inimaginable. Decisiones que marcan su destino desde el inicio.
Esta idea, que cuenta muy bien David Jiménez en el primer capítulo de su libro Hijos del Monzón, narra la historia de Vothi, una niña camboyana. El pueblo de Camboya sufrió en el siglo XX más de lo que ningún pueblo debería soportar. Tras 20 negros años de guerra civil y de barbarie genocida de manos de Paul Pot, dictador comunista, el llamado mundo desarrollado decidió acudir en su ayuda.
En 1992, Naciones Unidas envió un contingente en ayuda del castigado pueblo camboyano. La UNTAC (Autoridad Transitoria de las Naciones Unidas en Camboya) era la mayor misión de paz llevada a cabo hasta el momento por la ONU y 22.000 efectivos se desplazaron a Phnom Penh desde cada parte del mundo. Desde Namibia hasta Colombia. Desde Canadá hasta Fiji.
Estas fuerzas extranjeras instalaron gran cantidad de prostíbulos en la capital del país que se llenaron con las jóvenes campesinas que vieron en el dinero de los soldados la manera de sacar a sus familias de la pobreza.
La multinacionalidad de estas tropas tenía un cariz que le otorgaba cierta especialidad: el contingente estaba formado por muchos soldados africanos que venían de países dónde el sida estaba en pleno auge. Los contagios se sucedieron y, en cuestión de meses, cientos de estas jóvenes contrajeron una enfermedad que no sabían ni que existía. La falta de métodos de precaución y las malas condiciones higiénicas completaron el cóctel. La vuelta a sus aldeas no hizo sino propagar el contagio entre novios y familiares. O entre sus propios hijos. Como Vothi.
En 1991, antes de la llegada de la UNTAC, las autoridades camboyanas habían detectado un solo caso de sida entre sus fronteras. Cuando terminó la década, el 4% de la población estaba contagiada. Para entonces, los soldados hacía tiempo que se habían ido, pero los prostíbulos mantenían su demanda con el creciente turismo. Camboya sufría la epidemia de sida más grande de Asia, con 200 contagios al día.
15 años después, esta epidemia parece controlada y la tasa de infecciones se ha reducido en casi un 70%. Además, es el país de esta región asiática en el que mayor porcentaje (1) de infectados tiene acceso a ART (medicamentos antirretrovirales), con dos terceras partes de los infectados. La prioridad del gobierno camboyano es, ahora, detener en lo posible la transmisión.
Por este motivo, cuando en 2014 unos test rutinarios descubrieron una alarmante propagación de contagios en la pequeña comunidad granjera de Roka, con 236 nuevos casos, el dramatismo se apoderó de las autoridades sanitarias. Las investigaciones atribuyeron la culpabilidad a un médico local, que reconoció haber usado la misma jeringuilla sin esterilizar en distintos pacientes.
El diagnóstico de los responsables de la zona no pudo ser más revelador. Los granjeros de muchas regiones apartadas prefieren a los baratos curanderos sin licencia que asistir a centros de salud cualificados. La importancia de las campañas informativas sigue siendo esencial, ya que la mayoría de los camboyanos conciben el VIH solo como una enfermedad sexual, sin ser conscientes de los peligros que conllevan los productos sanitarios o de higiene.
Por ello, a principios de este año 2016 Sauce ONG** y Auara llegaron a un acuerdo de colaborarión para construir unas instalaciones que dotasen de un saneamiento adecuado a las 28 familias de Roka con al menos un miembro infectado. Los beneficiarios directos de la primera fase del proyecto, ya terminada, superan las 150 personas. Estas personas, además, no solo se verán beneficiados desde un punto de vista sanitario; también las mujeres de la zona serán menos vulnerables a los abusos que sufrían cuando bajaban a asearse al río.
Ver estos pequeños cambios, en pequeñas comunidades, nos genera una ilusión tremenda por continuar, de la mano de todos vosotros, con esta realidad que es Auara. Pequeños cambios como ver a niños como Chantou disfrutando, por primera vez, de unas comodidades que en otras zonas del mundo damos por sentadas: un inodoro y una ducha individuales. Comodidades que reducirán el riesgo de que sus vidas queden marcadas antes, incluso, de nacer.
Los habitantes de Roka, como los de todo el mundo, merecen volver a ser propietarios de su destino, de sus ilusiones, de sus sueños. Feliz Día Mundial Contra el Sida. Y sobre todo, gracias por seguir ahí. Apoyando a Auara. Gracias de verdad.
** Sauce ONG es una organización que lleva 23 años trabajando en la provincia de Battambang, dónde se encuentra Rokà.