Estamos acabando el curso escolar. Millones de niños en todo el mundo están deseando dejar los deberes, las tareas y los exámenes por unos meses y descansar. Otros cuantos millones no pueden hacerlo, sencillamente porque en lugar de ir a la escuela (o, a veces, compaginándolo con ella de mala manera) trabajan. Por lejano que nos parezca, todavía hoy Naciones Unidas calcula que más de 152 millones de niños en todo el mundo son víctimas del trabajo infantil. Cerca de la mitad realizan trabajos peligrosos por riesgo físico, higiene o contaminación. África, como en casi todo lo relacionado con la pobreza o las carencias de políticas sociales y económicas, es líder en este campo, tanto en cuanto al porcentaje de los niños que sufren el trabajo infantil (una quinta parte de su población menor de 18 años) como en números absolutos: 72 millones.
Las cifras han bajado ligeramente en las últimas décadas, sin embargo la pandemia no ha ayudado a continuar esta tendencia a la baja. No solo la mayoría de estos niños no ha mejorado su situación sino que, posiblemente por la falta de recursos, muchos de ellos trabajan ahora en condiciones aún peores y más horas al día. En el campo o pescando, una buena parte, pero también en fábricas, en el sector servicios y hasta en la minería.
Cerca de la mitad de todos estos niños que se ven abocados a ganarse su propio pan y el de su familia tienen edad de estar en primaria (entre 5 y 11 años). El resto tendría que ir al instituto para labrarse unas oportunidades de futuro que le permitan no solo crear riqueza para sí mismos, sino también para sus familias, comunidades y países.
Educación como salida al problema del trabajo infantil
La alternativa al trabajo infantil es, claramente, la educación. Porque los niños deben estar en la escuela, formándose e informándose, desarrollando habilidades y afianzando la cultura para ser capaces de impulsar unos modelos económicos fuertes y que eviten la repetición de estos modelos en que los más pequeños no son más que herramientas de producción baratas y prescindibles.
Desde AUARA estamos orgullosos de haber contribuido a que 48.000 niños y niñas de 17 países de África, Asia y América vean reducidas sus principales causas de absentismo escolar -discriminación, conflictos bélicos, pobreza o enfermedades diarreicas provocadas por el consumo de agua en mal estado-, y a abrirles la puerta a un mañana de oportunidades. Porque gracias a nuestros proyectos de instalación de instalación de pozos, tanques de recogida de agua de lluvia y sistemas de saneamiento, la mitad de los cuales se ha llevado a cabo en colegios o instalaciones educativas, todos esos niños acuden a la escuela sin peligro y con regularidad.
Decimos siempre que la falta de agua potable es la mayor de las pobrezas, pues se traduce enfermedades, hambre, desigualdades y malas condiciones de vida. Y esta es una situación que padecen especialmente los niños, pues en muchos casos son los encargados de caminar durante varias horas diarias en busca de agua, muchas veces contaminada y muchas veces cargando con pesados bidones sobre su cuerpo (¿no es esto también trabajo infantil?). Teniendo acceso al agua en sus colegios evitan esas horas dedicadas al transporte del agua, evitan los peligros que ello conlleva y, lo más importante, pueden recibir esa educación que es la gran esperanza de futuro para los países en vías de desarrollo.
Este año 2021 es el Año Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil, bajo el liderazgo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que fomenta actividades para erradicar el trabajo forzoso y el trabajo infantil con el propósito de poner fin en todas sus formas antes de 2025. Nos unimos a ellas porque es la hora de educar, no de esclavizar; de proteger, no de aprovechar; de cuidar, nunca de olvidar y de fomentar un futuro más igualitario.