“Todos los migrantes tienen derecho a igual protección de todos sus derechos humanos. Insto a los líderes y a las personas de todo el mundo a que den vida al Pacto Mundial, para que la migración funcione para todos”. Con estas palabras trata de concienciar a todos el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, por el Día Internacional del Migrante, que se celebra cada 18 de diciembre, a pesar de que este desafío global aparece regularmente en medios de comunicación y existe una cierta conciencia social (al menos en España, por las dramáticas situaciones que se dan en Canarias, Ceuta y Melilla y buena parte de las costas del sur de nuestro país) sigue necesitando de la atención de las instituciones globales y nacionales.
En 2019, el número de migrantes en todo el mundo ya alcanzaba los 272 millones (51 millones más que en 2010), más que nunca en toda la historia. Según el Informe sobre Migración en el Mundo de Naciones Unidas las cosas han cambiado desde hace una década, ahora la migración se percibe como una cuestión política de primer nivel que está interconectada con los derechos humanos, el desarrollo y la geopolítica. Y lo es especialmente cuando esas migraciones son masivas y están causadas por conflictos armados (como en Siria, Yemen, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo o Sudán del Sur); la violencia extrema (como la sufrida por la comunidad Rohingya desplazada a Bangladesh) o la inestabilidad económica y política (como en Venezuela).
El problema es sin duda humano, pero también afecta a muchos otros ámbitos, como el económico (la gente que está en estos campos necesita recursos, alimentación, asistencia, pero no puede trabajar en la mayoría de los casos), social (marginación, discriminación), incluso medioambiental y sanitario por la concentración de desperdicios. Es lo que puede suceder en los grandes campamentos de refugiados en África, por ejemplo, donde es difícil garantizar la protección de los menores (y también de los adultos) en términos de primeras necesidades como agua, alimentos, educación o sanidad básica.
Covid-19: llueve sobre mojado en los campos de refugiados en África
África, lo sabemos bien por la cantidad de desplazados que tratan de llegar a nuestro propio país, está especialmente afectada por este tipo de problemas. Y si bien una gran mayoría de los migrantes no llega a salir del continente (a veces ni de su propio país de origen), el hecho de verse obligados a moverse de su comunidad de origen por razones extremas no lo hace menos dramático. El tercer país del mundo con más desplazados es, precisamente, la República Democrática del Congo, solo precedida por la República Árabe de Siria y Colombia.
Estos desplazados de RDC, junto con muchos otros de Sudán del Sur buscan refugio en la generosa Uganda (uno de los países de la zona con medidas más abiertas para los refugiados que recoge a casi un millón y medio de asilados dentro de sus fronteras), pero encontrar asilo no siempre es sinónimo de una vida mejor. En campamentos como el de Kyangwali en este país, uno de los más poblados de toda África reciben atención primaria y básica, y la seguridad que no tienen en sus lugares de origen pero, ¿qué sucede cuando llega una pandemia mundial? Un confinamiento forzoso que reduce aún más su mundo y sus posibilidades de ganarse la vida y buscar oportunidades.
Una situación parecida han vivido en el campo de Dadaab, en Kenia, donde el virus no ha hecho sino agravar un grave problema de salud mental ya existente, pues los refugiados en este campamento llevan décadas de desesperación, miedo e incertidumbre, y la aparición del virus solo ha reducido aún más la ayuda humanitaria que recibían y por tanto las raciones de alimentos, provocando que aumente el número de intentos de suicidio. O en el de Tigray, en Etiopía, donde casi 100.000 refugiados de Eritrea llevan semanas sin comida y, lo que es peor, sin esperanza.
No miremos hacia otro lado, mañana los migrantes podríamos ser nosotros.