El agua, como el aire, es un elemento esencial para la vida. De ella depende también la economía: las grandes civilizaciones de la antigüedad se asentaban junto a mares o ríos, las salidas al mar para los exploradores, el regadío y, más adelante, los molinos y presas que proveen de energía y electricidad. La bebemos, la utilizamos, la transformamos, la ensuciamos… A lo largo de la historia hemos aprendido a recoger, canalizar y distribuir las aguas limpias, así como a desechar las aguas sucias. Pero también hemos esquilmado fuentes, contaminado ríos y arrasado bosques, que mantienen la tierra fértil y el agua fluyendo.
Hoy, la protección tanto de los recursos hídricos naturales (dulces y salados) como de las personas que sufren escasez o falta de acceso, así como los desajustes producidos por el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos son algo que afecta a nuestro presente y a nuestro futuro como especie.
Tenemos que invertir desde todos los frentes en el cuidado del agua y, además, resulta importante priorizar las inversiones en proyectos que la respetan y promueven su cuidado y eficiencia. Hablamos de Inversión Sostenible y Responsable (ISR), un concepto que se aplica cada vez más cuando se busca, desde el ámbito de la inversión, un impacto positivo en el medioambiente y la sociedad. En realidad, se trata de algo ya integrado en los organismos internacionales y en muchos foros de financiación y empresas: se valora, cada vez más, no sólo que las empresas o proyectos de innovación tenga unas cuentas saneadas y que la gestión sea correcta, sino también que la sostenibilidad forme parte de sus valores y procesos. O bien, visto desde otro punto, se evita invertir en aquellos que no respetan dichos principios o cuya actividad no se considera responsable (por uso del trabajo infantil, por relación con armas, por producir alcohol o tabaco, o por contaminar agua). Se busca la rentabilidad, sí, pero evitando dañar el planeta.
En la gestión del agua también podemos hablar de ISR. Las empresas socialmente responsables -deberían ser todas las empresas- han de tener en cuenta que su actividad no contribuya al cambio climático, no contamine mares y ríos o no esquilme ecosistemas que dañen aún más los acuíferos y el acceso a agua limpia en todos los rincones del planeta. Según el estudio sobre Inversión Sostenible en Agua realizado por Spainsif, las finanzas sostenibles y la innovación tecnológica aplicadas a la gestión del agua pueden ser un soporte fundamental para el desarrollo y la sostenibilidad. Todavía son pocas las empresas que actúan proactivamente sobre ello en España. Solo el 26% de las organizaciones encuestadas para este estudio considera relevante el ODS 6 (Agua y Saneamiento), mientras que el ODS 14 (Protección de los océanos) lo es para el 13%, siendo uno de los ODS que menos seguimiento recibe por parte de las compañías encuestadas por dicho informe.
Es fundamental continuar los avances en la normativa europea y en la estandarización de indicadores para que los reportes de sostenibilidad de las empresas y la divulgación por parte de los actores del mercado financiero muestren, de manera coherente, clara y concisa, información comparable de sostenibilidad en materia de agua. Desde la Unión Europea ya se han dado los primeros pasos en este sentido con el desarrollo de una clasificación o Taxonomía Ambiental de actividades económicas con contribución a los objetivos ambientales de esta administración regional. El agua y las actividades para su suministro y saneamiento están presentes en dicha Taxonomía de manera directa en varios de sus seis objetivos medioambientales, así como de manera transversal en todos ellos, mediante la aplicación de los criterios de no causar un perjuicio significativo.
Aquí, para que se considere que una actividad económica contribuye al uso sostenible y a la protección de los recursos hídricos y marinos debe aportar pruebas de que logra el buen estado o previene el deterioro de las masas de agua (superficiales y subterráneas) y el estado medioambiental de las aguas marinas. Para lograrlo, la Taxonomía dicta parámetros como: proteger el medioambiente de los efectos de vertidos de aguas residuales; proteger la salud humana de los efectos adversos de la contaminación del agua destinada a consumo humano; mejorar la eficiencia y la gestión del agua; o velar por una utilización sostenible de los servicios de los ecosistemas marinos. Así, una empresa puede repercutir negativamente en el acceso al agua potable de las comunidades al no gestionar las emisiones contaminantes o al operar y extraer agua en zonas con estrés hídrico.
España es, precisamente, uno de los países con riesgo extremadamente alto de estrés hídrico (relación entre extracción y suministro). Aquí contamos con el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR) de España, así como el PERTE de digitalización del ciclo del agua prevé inversiones en materia de gestión del agua y de protección de los recursos hídricos. Este plan se compone de cuatro ejes y diez políticas palanca. Y, si bien estamos avanzando en la mayoría de ellos, todavía nos encontramos lejos de la comunidad internacional, por ejemplo en eficiencia energética o en uso del suelo. En cuanto a la gestión del agua, según el informe de Spainsif, un 46% de las empresas españolas sí contaría con inversiones temáticas para mejorar su eficiencia (frente al 52% de las internacionales)
Desde AUARA animamos a las empresas de todo el mundo a realizar inversiones sostenibles y responsables en agua. A mirar a su gestión de la misma, tanto de puertas hacia dentro (gasto y desperdicio en fábrica u oficina) como hacia fuera (desperdicio, transporte, uso final). También a los ciudadanos, como individuos, a ser cada vez más conscientes y a realizar nuestras pequeñas inversiones en marcas sostenibles y responsables cuando compramos productos o utilizamos servicios de marcas que respetan este principio.