El 1 de mayo, que se celebra con una festividad en prácticamente todo el mundo, es el Día Mundial de los Trabajadores. Conmemora el movimiento obrero que reivindica unas buenas condiciones laborales y sociales para la clase trabajadora desde 1889, en recuerdo de los Mártires de Chicago, un grupo de trabajadores ejecutados en Estados Unidos en 1886 por su activismo, precisamente, en favor de una jornada laboral justa: “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso”. Es decir: trabajar ‘menos’ y alejarse de condiciones que hoy calificaríamos como de semiesclavitud, aunque la situación actual hace que actualmente pensemos en este día más como una reivindicación del ‘derecho a trabajar’.
Si bien es cierto que en muchos lugares del mundo aún se detectan situaciones de trabajo infantil, esclavitud ‘de facto’ o condiciones peligrosas y no reguladas, lo que más se demanda hoy es el hecho de poder trabajar. La mayoría de las economías mundiales se están recuperando tras sucesivas crisis y tras la pandemia, el desempleo juvenil sigue siendo un problema importante. Y aunque Naciones Unidas no reconoce esta efeméride como un Día Internacional, el derecho a un trabajo digno y seguro sí está recogido en la Carta de los Derechos Humanos -Art. 23: Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo- y en el ODS número 8: Trabajo Decente y Crecimiento Económico.
Según el informe World Employment and Social Outlook Trends: 2024 de la Organización Mundial del Trabajo (ILO) los mercados parecen haberse mantenido a pesar de las cada vez peores condiciones económicas (distintas crisis, conflictos armados, recuperación desigual tras la pandemia…). Pero eso no significa necesariamente buenas noticias, porque el crecimiento de la productividad y los estándares de vida no han mejorado a pesar del progreso tecnológico que sí se ha producido, globalmente, de facto. Y este progreso incluso llega a agrandar las disparidades entre países.
La tasa mundial de desempleo se situaba en un 5,1% en 2023, ligeramente por debajo del año anterior: Para 2024 la organización espera que unos dos millones más de trabajadores estén buscando trabajo, lo que haría crecer el porcentaje. Según la OECD, el país con una menor tasa de empleados es Turquía, seguido de Costa Rica y la ‘europeísima’ Italia, mientras que en el otro lado de la tabla, con índices de empleo que rozan la totalidad, están Islandia, Países Bajos y Suiza. Se trata, claro, de una zona ‘rica’. Si miramos las tasas generales, el continente africano se lleva el triste honor de coronar el ranking, con Sudáfrica como el país del mundo con una mayor tasa de desempleo (un 28,4%), y a la que acompañan otros nueve países subsaharianos en el Top10: Djibouti, Botswana, Sudán, Congo, Namibia, Somalia…, todos ellos rozando el 20%.
Y eso cuando hablamos de puestos de trabajo ‘registrados’. Se calcula que hasta 2.000 millones de trabajadores en todo el mundo trabajan de manera informal y sin protección social. En 2023, se contaban un millón de trabajadores (sí, personas ocupadas) viviendo por debajo del nivel de la pobreza: 2,15 dólares al día de poder adquisitivo. Un siguiente nivel, la pobreza moderada, que significa un aumento de algo más de un dólar al día (3,65$) alcanza a casi ocho millones y medio de trabajadores, y muchos de ellos, de nuevo, en el África subsahariana, donde casi 150 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza (la mayoría, claro, sin empleo ni posibilidad de tenerlo).
Y es que en África, concretamente, hay muchos retos estructurales que lastran el desarrollo del empleo, empezando por la pobreza endémica, las grandes migraciones y, por supuesto, el impacto del cambio climático y la falta de agua, más acusado y con menos herramientas para hacerle frente en este continente: sequías prolongadas, dificultades para cultivar, tormentas extremas, etc.
Desde AUARA nos unimos al objetivo de un trabajo ‘decente’ (con igualdad de oportunidades, una remuneración equitativa y una jornada justa) para todos, como reza el ODS8, porque esta es la base del desarrollo económico de los pueblos y es la base del desarrollo en general. Llevando agua allí no solo cubrimos necesidades básicas, sino que también liberamos a las mujeres y a los niños de tener que acarrearla desde muy lejos para que puedan dedicar su tiempo a la educación y al emprendimiento, para que, con su trabajo digno contribuyan al desarrollo de sus comunidades y al crecimiento económico. Trabajar mejor para vivir mejor.