Acabo de recibir el primer número en papel de la revista 5w y al abrir el sobre me he quedado un buen rato observando la portada, una foto de Diego Ibarra Sánchez.
El climatizado ambiente de un gimnasio. Un soldado de las fuerzas especiales norteamericanas pedalea en una bici estática mientras lee un libro. La escena no puede ser más aséptica. Podría tratarse de una base militar en suelo estadounidense, desarrollarse en Norfolk o en Fort Hood, pero el quid de la cuestión es que está tomada en la base de Parwán; en pleno centro de Afganistán. En mitad de una guerra de crudeza extrema.
La de Afganistán no es muy diferente de otra guerra a la que nos enfrentamos hoy en día. La pobreza y la falta de acceso a agua potable son un arma implacable. Con víctimas a diario. En esta particular batalla, las misiones de cooperación enfocadas a mejorar la infraestructura de agua e higiene tienen un peso inestimable que, sin embargo, en muchas ocasiones evidencian un problema como el que apreciamos en la foto de Diego: el aislamiento.
Son muchos los voluntarios que acuden con gran entusiasmo durante unas semanas a misiones de desarrollo, realizando un trabajo encomiable. Pero con buenas intenciones no siempre es suficiente. La percepción de abandono en los proyectos que no logran alcanzar el impacto que auguran sigue en aumento. En tan poco tiempo, la distancia cultural y psicológica con la población local resulta una muralla insalvable, lo que dificulta la comprensión del marco en el que trabajan. Los autóctonos no les consideran, a fin de cuentas, “uno di noi”.
Este aspecto cobra todavía más importancia en naciones que carecen de interés geopolítico para las grandes potencias mundiales. Somalia, Eritrea, Etiopía… son países que no reciben apenas fondos gubernamentales para la financiación de proyectos de desarrollo y, por tanto, su dependencia de trabajadores voluntarios es excesiva.
¿Alguien imagina un proyecto eficiente si la empresa no pagara a su personal de obra? ¿Por qué en las obras de cooperación no se defiende el mismo método de actuación? Quizá la respuesta esté en que gran parte de la sociedad occidental malinterpreta una cuestión crucial: los países en vías de desarrollo no necesitan limosna.
Lo que necesitan es inversión. Inversión para que trabajadores cualificados se vean seducidos a desplazarse y aportar su conocimiento. Inversión para fomentar sinergias y trabajo en equipo con los jóvenes locales. Así, ellos también obtendrán una experiencia y competitividad fundamentales para ser valorados en un mercado de trabajo cada día más global. Inversión para que cuando acaben las vacaciones y las cámaras de fotos vuelvan a casa, alguien siga mirando.