Las mujeres representan casi la mitad (43%) de los trabajadores del campo en todo el mundo: agricultoras, ganaderas, cosechadoras… En muchos lugares, de hecho, ésta es una de las opciones laborales más accesibles para ellas (por ejemplo, sólo en Sudáfrica, dos de cada tres mujeres trabajadoras lo hace en este sector). Pero, como también ocurre en otras áreas, aquí también hay marcadas diferencias de género. Casi siempre se ocupan de las tareas de base, el trabajo duro, y en pocas ocasiones son ellas las propietarias -solo el 15% de los terratenientes del mundo son de género femenino- o, peor aún, se les prohíbe serlo (como en Kenia).
Las mujeres tampoco tienen acceso a financiación para poder comprar las herramientas o materias primas necesarias en este negocio o a la formación que les permitiría tener más oportunidades laborales. Además de todo eso, incluso las que pueden trabajar han de compaginar esta actividad con sus otras ‘obligaciones’ al frente de la casa y el cuidado de los hijos, lo que les deja poco tiempo para invertir en ellas mismas y en su futuro.
Otro dato desesperanzador es que las mujeres rurales en países en desarrollo son de las más afectadas por el cambio climático: puesto que muchas de ellas dependen de la agricultura como forma de vida, son mucho más vulnerables a los efectos de los fenómenos adversos provocados por el cambio climático.
La crisis de Ucrania tiene un gran impacto, también en las mujeres y niñas de todo el mundo, incrementando la brecha de género y la tasa de malnutrición, pobreza energética y la inseguridad alimentaria. El corte de suministros de gas y combustible, así como de grano y aceite de oliva afectan a las mujeres, más que a los hombres, en todo el mundo, y esto a veces llega a obligarlas a intercambiar sexo por comida y, por supuesto, a dejar la escuela y el trabajo.
Y todo eso a pesar de que la FAO estima que eliminar estas barreras a la productividad agrícola de las mujeres podría incrementar hasta en un 30% la producción de alimentos global y, con ello, que hasta 150 millones de personas evitaran el hambre, lo que también les haría más resistentes a la crisis climática. Y esto es algo que el mundo ya necesita, recordemos que la estimación es que actualmente la humanidad consume la producción de casi dos planetas Tierra cada año. Por eso, y sobre todo por ellas, apoyar a las mujeres agricultoras es cuestión de supervivencia. De la de todos.
Ante esta coyuntura no sorprende que sea necesario un Día de la Mujer Rural, ¿verdad? Nosotros, desde AUARA, hemos estado siempre muy cerca de ellas, de las mujeres y niñas en las zonas rurales más pobres del planeta. Son ellas quienes cargan, literalmente, con el peso de la escasez de agua, muchas veces acarreándola sobre sus cuerpos desde distancias lejanas para que su familia pueda beber. Acercándoles el acceso al agua también mejoramos sus oportunidades de estudiar, de desarrollar un negocio y, por qué no, de cultivar su propia tierra.