El agua es necesaria para beber, para cultivar, para evitar enfermedades, y también se ha convertido en un motivo de disputa histórico con el que se ha comerciado y se ha conquistado, y que a su vez ha servido para que las sociedades se desarrollen. Por ello, las guerras por el agua han sido una constante a lo largo de toda la historia de la humanidad. Cientos de años después la humanidad parece no haber aprendido nada, y continuamos viendo batallas por el control al acceso al mar o al flujo enriquecedor de los ríos o cómo este recurso es utilizado como arma, contaminándola para mermar a la población, o privándoles de ella directamente. Desde la guerra de Ucrania hasta las luchas de poder en comunidades remotas de África y Oriente Medio, el agua es usada como arma, como recurso y como parte de la estrategia. De hecho, solo en las dos últimas décadas se han registrado más de mil conflictos por el agua, según Pacific Institute, y esta cifra está aumentando de manera alarmante por el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos que acarrea: calentamiento global, sequías, lluvias torrenciales, etc.
Y es que, según el informe UN-Water, 2023 más de 3.000 millones de personas dependen de las llamadas aguas transfronterizas, ríos, lagos o manantiales que atraviesan más de un país y que suponen el 60% de toda el agua dulce del mundo. En total, 153 países tienen al menos un río o lago transfronterizo, pero solo 24 de estos países cuentan con acuerdos de cooperación para el uso de esas aguas, lo que resulta en una fuente de rencillas, en el mejor de los casos, y guerras abiertas en el peor.
Pero el agua no solo es motivo de conflicto, también es un poderosísimo instrumento de paz. La cooperación es clave para evitar que este precioso bien se convierta en un instrumento de guerra o se utilice como arma (privando de ella a personas, o contaminándola para mermar sus poblaciones). Es más, esa cooperación puede lograr que el agua se convierta más en un instrumento estabilizador y que potencie el desarrollo sostenible.
Por eso el lema elegido este año por Naciones Unidas para celebrar el Día Mundial del Agua es ‘Agua para la Paz’. Porque en este día en el que celebramos y reivindicamos el agua, más que nunca, lo importante es darle la vuelta y pensar en cómo usar y aprovechar este recurso para cooperar. En AUARA lo hemos visto, en nuestros proyectos en Benín o Camerún, donde este es un problema muy patente: las personas con acceso a agua limpia y segura buscan el desarrollo económico y sostenible, cuando sobrevivir deja de ser su principal preocupación.
Hidrodiplomacia frente a las guerras del agua
Se denomina hidrodiplomacia a un entorno de colaboración en el que comunidades, gobiernos y organizaciones transnacionales dialogan y trabajan juntos para reconciliar intereses. Es, o debería ser, la respuesta antes, durante y después de un conflicto armado.
Como indica UN Water, la cooperación en materia de agua debe basarse en tres principios fundamentales:
Porque el objetivo es, o debería ser, siempre proteger el acceso al agua de todos los habitantes y, también, vigilar la sostenibilidad ambiental. Y se ha demostrado que la cooperación funciona y es beneficiosa para todos en el camino hacia la Agenda 2030 no solo con el ODS 6 de Agua y Saneamiento, sino también los relacionados con la alimentación, los ecosistemas, el desarrollo de las ciudades y, por supuesto, el fomento de la paz. Un efecto dominó virtuoso que mejorará también el acceso a los alimentos, la salud y el medio ambiente y que debería contribuir en el medio-largo plazo, si se impulsa la colaboración, a equilibrar los ecosistemas y a paliar los efectos del cambio climático.
Todos como ciudadanos globales, así como los gobiernos, las empresas o las ONG tenemos la misión de aprovechar el agua para la paz y la prosperidad, y no al contrario. El agua para beber es un derecho humano, y por eso es responsabilidad de toda la humanidad protegerla, conservarla y realizar un uso justo de ella.