Siria, el refugiado y la empatía.

septiembre 15, 2016

Siria, el refugiado y la empatía.

Alex nació en Al-Kamishly, Siria, en una familia numerosa perteneciente a la minoría de cristianos arameos. Son personas orgullosas de sus orígenes, que hablan la lengua de Jesucristo. Tras sus años de estudio en la universidad de Alepo, comenzó su pesadilla. Su familia se había mudado a Bélgica por miedo a los disturbios que comenzaban en el país, pero él se quedó en Siria para continuar sus estudios. En 2011, el ejército sirio le forzó a alistarse para servir en la fuerza nacional, pero él se negó. “Soy cristiano, no quiero matar a nadie”. Sin embargo, ya era demasiado tarde para viajar a Europa, las fronteras estaban cerradas. Contactó con un “agente de inmigración”, el nombre que se dan los traficantes de personas, que le prometió que le llevaría a Europa huyendo de la guerra y del alistamiento forzoso. Para ello, le dio un pasaporte búlgaro. La idea era viajar a Tailandia, y desde allí entrar en Europa con el pasaporte de la Unión Europea. Iba con otros 2 sirios. Una vez en Tailandia, les recogió un hombre que les llevó a hacer turismo durante 3 días, a la espera de su vuelo a Europa. Cuando llegaron al aeropuerto de Bangkok, en la zona del paso de seguridad, un vigilante se acercó a ellos, les quitó los pasaportes y se los llevó detenidos. Pasaron la noche en un calabozo en el que apenas había aire que respirar, y por la mañana los llevaron a un juzgado y directamente a la cárcel, donde fueron despojados de sus ropas e inspeccionados por los guardias. Alex, segundo comenzando por la derecha Comenzaron 2 años de infierno para Alex. “Nos levantaban a las 6 de la mañana, nos contaban y luego nos daban algo de comer que siempre olía mal. Éramos 85 personas hacinadas en la celda. No había sitio para tumbarse, teníamos que dormir sentados en el suelo. Había un retrete para toda la celda que no tenía separación, y había que usarlo delante de todo el mundo. Así pasé 2 años. Finalmente salí de la prisión y me enviaron a un centro de deportación. Pasé allí un mes hasta que mi familia me compró un billete a Líbano y pude irme del país”. Pasó una temporada en Líbano, en casa de unos conocidos que le acogieron. Allí, comprendió que nunca podría volver a su país, ya que la guerra lo había destruido y toda su familia había huido, así que volvió a buscar la forma de entrar en Europa. Conoció a un nuevo “agente de inmigración”, que le llevó a Turquía y le dio un pasaporte falso. Intentó volar 3 veces a Suecia, a donde se había trasladado parte de su familia, pero las tres veces fue detenido. La policía le sugirió que intentara entrar a pie a través de Bulgaria. La primera vez que intentó entrar en Bulgaria, lo hizo junto a otras 15 personas en medio de la noche, con una mochila en la que llevaba unas mudas, una caja de galletas y una botella de agua. Les metieron en una furgoneta y se encaminaron a la frontera. Les bajaron de la furgoneta tras ser vistos por la policía de la frontera, y tuvieron que huir corriendo y esconderse en un río. Fueron encontrados por los perros de la policía y arrestados. Les desnudaron en medio del monte, les quitaron sus pertenencias y les llevaron caminando desnudos hasta un monte por donde pasaba la frontera. Allí les abandonaron. Caminaron de vuelta hacia Turquía durante dos días, teniendo que beber agua de un lago y comiendo hojas de árboles. Finalmente fueron interceptados por la policía y devueltos a Líbano. 10 días más tarde, volvía a intentar entrar en Bulgaria, esta vez, por una zona de frontera vallada. Tras saltar la valla y montar en un coche de contrabando, fue detenido de nuevo por la policía. Sufrió una brutal paliza y fue devuelto a la misma frontera, de nuevo desnudo y despojado de sus cosas. Tras volver a intentarlo a través del aeropuerto, tomó la decisión de viajar a Marruecos e intentar entrar por Ceuta. “Yo sólo quería llegar a Suecia con mi familia. Era mi único destino. No quedaba nada en Siria, no podía volver atrás. ¿A dónde iba a ir? Allá donde iba estaba en manos de mafiosos, rodeado de desconocidos. No podía confiar en nadie”. Con la ayuda de otro mafioso, consiguió volar a Marruecos con un pasaporte turco. Se hospedó en casa de una familia de Iraq, a la que tuvo que pagar hasta que le dijeron que podía viajar a Tetuán. Finalmente, le llevaron en un coche a la frontera y le dieron un pasaporte griego. Esa tarde consiguió entrar en Europa a través de la frontera de Ceuta. Pasó 6 meses en el CETI de Ceuta, donde nos conocimos, hasta que fue transferido a un CIE en Madrid. Allí le recogió su hermano, que llegó desde Suecia en coche, y después de dos días de viaje, volvió a ver a su madre y a sus hermanos. El 3 de noviembre de 2015 terminó su pesadilla después de casi 4 años. Hoy vive feliz con su familia en Suecia. ¿Por qué escribir este post? ¿Qué tiene que ver con Auara? Nada y mucho. La situación de los sirios es algo que tenemos todos muy presente hoy, pero no siempre es fácil comprender y empatizar. Ojalá este post ayude. Del mismo modo, en Auara intentamos empatizar con otras personas que, aunque viven a miles de kilómetros, luchan cada día por tener una vida mejor. Y tratamos de contar su realidad para que sea más fácil ponerse en su lugar. Pongámonos de vez en cuando en el lugar de quienes más sufren. Nos ayudará a trabajar por un mundo más justo, y nos hará valorar mucho más lo afortunados que somos.



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